Serían las 6 de la tarde de un día dorado de setiembre. El paisano había llevado allí al amigo argentino para que disfrutara del pasmo ensimismado de la plaza. Hablaban lentamente y en voz baja por no romper el silencio acurrucado en este sitio desde siempre. Y llegó un peregrino y con acento de otro idioma preguntó si se podía beber de aquella fuente. El paisano, como sin ganas, contestó: "Pues no lo sé, muchacho, no lo sé. Pero bebe y así sabremos qué decir a los siguientes".
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