miércoles, 8 de abril de 2015

Catedrático, como último recurso


El viejo catedrático don Simón Vázquez Torices había puesto tanto empeño en el estudio de la epigrafía funeraria de la Mesopotamia Oriental como en mantener esa especie de estética austera y disciplinada que él conocía como "vestir el cargo" y que consistía, básicamente, en vestir siempre de oscuro (gris marengo, negro o azul con raya diplomática, como suprema concesión), en hablar en voz baja y pausada, en no permitirse mayor despilfarro que la copita de pacharán en la tertulia de los martes, ni mayor expresión de alborozo (en casos realmente excepcionales) que una media sonrisa disimulada entre el bigote.

Personalmente, sólo le vi reír abiertamente al recordar aquella anécdota en que su padre parecía augurar el futuro del muchacho como en una profecía.

El padre de don Simón regentaba, heredada de su padre, la Ferretería Vázquez, un establecimiento tradicional que formaba ya parte del paisaje de la Plaza Mayor con el mismo derecho e igual empaque que los soportales o el balcón del Consistorio, un lugar de trajines los días del mercado y de pausadas tertulias, al cerrar cada tarde, con pan, vino, queso y sobaos, en la trastienda.

Una de aquellas tardes, se quejaba don Manuel, el director del Instituto Masculino del lugar, de que su hijo Enrique, el menor de los cuatro, parecía rechazar rabiosamente los estudios.

- "Pues ya ve usted, Vázquez, negado y vago como es, tendré que procurarle un empleo de tendero aquí, en su casa".

-"Qué me va a decir usted a mí, don Manuel, si lo mismo me pasa a mí con mi Simón, que también se niega a los estudios y tendré que dedicarlo, como usted, a catedrático".

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