domingo, 22 de marzo de 2015

El viejo profesor



El viejo profesor, después de cuarenta años de servicio en aquel instituto femenino, tres desengaños amorosos y un matrimonio en el que hacía algún decenio que se habían agotado (por cansancio) los reproches, las pasiones y el deseo, explicaba su programa con la suave languidez del desengaño, como el rezo vespertino del rosario, pero no soportaba ni un rumor, ni un cuchicheo y le gustaba amonestar a las rebeldes con aquella queja resignada que alguna vez utlizó con las chicas en la casa de Palmira, en el Barranco:

-Señoritas, no les pido amor, pero pongan, al menos, un poco de atención al acto.

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