Opiniones respetables
Tiempos
raros estos, la verdad, pensaba Chita.
Tiempos en los que resultaba hasta difícil decir con claridad la propia
opinión por miedo a transgredir esa norma no escrita de lo “políticamente
correcto”. Ya nada parecía poder decirse
con los nombres que siempre habíamos usado.
Las cosas claras y el chocolate espeso eran cosas de otros tiempos, de
sensibilidades menos finas y afiladas.
No había pasado tanto tiempo y, sin embargo, qué lejanos parecían aquellos días en los que la jungla entera resonaba con los gritos exaltados de los monos chilladores, enfrascados en un debate interminable entre opiniones encontradas sobre aspectos, posiblemente intranscendentes, de la vida cotidiana.
Las cosas
se defendían con fiereza y contundencia, enseñando los dientes, encorvando las
espaldas, haciendo exhibición de fortaleza y de dominio, alzando las colas,
dando saltos y cabriolas, intentando sorprender al adversario. Nada del otro mundo. Pura coreografía. Estudiada puesta en escena
que, a pesar de las apariencias, nada tenía que ver con las peleas cuerpo a
cuerpo. Simulacro dialéctico. Comunicación gestual para apoyar los argumentos.
Y la cosa
terminaba por puro aburrimiento, por cualquier cosa repentina que llamara la
atención de la manada o por el menor gesto de sumisión de alguna de las partes
contendientes.
En fin,
ya te digo, nada que fuera muy distinto de lo que ocurría a diario cuando, en
la aldea, los hombres jugaban la partida al subastao en la cantina de Sidoro.
Que no
creo que sea tan diferente la conducta de los bichos de la selva y la de los
bichos bautizados y con uso de razón.
Pero las
cosas han cambiado, como digo, en los tiempos que corren hoy en día.
Tiempos
raros, la verdad, pensaba Chita. Tiempos
de disimulo y buenas formas en los que los bichos parecen hablar de las cosas
que interesan como si no les importaran.
Debates
civilizados, los llamaban, según habían aprendido en la campaña (“living
together”, la llamaron) que algunos cooperantes habían puesto en marcha en la
jungla con fondos del gobierno de Finlandia.
Se
pretendía, al parecer, fomentar la tolerancia aquí en la selva, aplicando un
programa de “resolución negociada de conflictos” que, por lo visto, había dado
excelentes resultados allá. En las lejanas regiones de Laponia.
Podría
ser muy eficaz, que no lo dudo, pero cuando Chita escuchaba, en plena
discusión, esa cosa de “respeto tu opinión” o “todas las opiniones son
igualmente respetables”, sin poderlo remediar, le subía la sangre a la cabeza y
le decía indignada a su pupilo:
-
Mira,
Tarzán, hijo, lo que debe respetarse es el derecho a opinar, pero no todas las
opiniones son igualmente respetables.
Que hay opiniones asquerosas que deben ser atacadas con toda la
contundencia que permita la razón y la palabra.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario