R I C H A R D B R A U T I G A N
La pesca
de la trucha en América
T O C
A MA D E R A
Segunda Parte
Una
tarde de primavera, siendo yo niño en la extraña ciudad de Portland, bajé
caminando hasta un cruce singular y vi una hilera de casas antiguas,
amontonadas como focas sobre un peñasco.
Luego
venía un largo campo que seguía la suave pendiente de una colina.
El
campo estaba cubierto de hierba verde y arbustos.
En
la cima de la colina crecía un bosquecillo de árboles espigados y oscuros.
Desde lejos vi una cascada que caía por la ladera, larga y blanca, y casi pude
sentir su fría salpicadura.
Debe
de haber un arroyo por ahí, pensé, y es probable que haya trucha.
Truchas.
Por
fin, la oportunidad de salir a pescar truchas, de atrapar mi primera trucha, de
contemplar Pittsburgh.
Oscurecía.
No me daba tiempo de acercarme a buscar el arroyo. Volví a casa, pasando junto
a los bigotes de vidrio de las casas que reflejaban la presurosa caída en
cascada de la noche.
Al
día siguiente saldría por primera vez a pescar truchas.
Pensaba
levantarme temprano, desayunar y salir.
Había
oído que era mejor salir temprano. Las truchas eran mejores. Por las mañanas
tenían algo extra. Me fui a casa a prepararme para la pesca de la trucha en
América. No tenía aparejos de pesca, así que tuve que recurrir a un aparejo de
pega.
Como
de chiste.
Se
levanta el telón y se ve...
Doblé
un alfiler y lo até a un pedazo de hilo blanco.
Y
dormí.
A
la mañana siguiente me desperté temprano y desayuné.
Me
llevé una rebanada de pan blanco para usarlo como cebo. La idea era hacer
bolitas con la miga blanda del centro y clavarlas en mi anzuelo de pantomima.
Salí
de allí y fui caminando hasta el otro cruce.
Qué
bonito me pareció el campo y el arroyo que se precipitaba desde lo alto de la
colina por la cascada.
Pero
a medida que me acercaba al arroyo me di cuenta de que algo no iba bien. Algo
le pasaba al arroyo. Algo extraño. En su movimiento había algo que fallaba. Al
final estaba lo bastante cerca para ver qué pasaba.
La
cascada no era más que un tramo de escalones blancos de madera que conducían a
una casa entre los árboles.
Me
quedé allí un rato largo, mirando arriba y abajo, siguiendo los escalones con
la mirada, sin poder creérmelo.
Finalmente
toqué mi cascada y oí el sonido de la madera.
Al
final acabé siendo mi propia trucha y comiéndome la rebanada de pan.
1 comentario:
Así acabamos algunos de aquellos a los que se nos ocurre pensar.
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