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Don Gonzalo, el último marqués de Pobladura, era un señorón de mucho porte que, la verdad, siempre iba hecho un abril, trajeado y elegante como si hubiera de ir a ver al rey, frío y distante como un abad de Montserrat, recatado y santurrón como novicia ofrecida a las Descalzas.
Que ni hablar necesitaba: una simple mirada o una leve señal con el bastón eran de más ley que el Código Civil.
Por eso, Dorotea, la chica de Armellada que sevía a la marquesa, cuando le vio abandonar en calzoncillos la cama donde la sorprendió aquella madrugada, sólo acertó a decir:
- ¡Ay, señorito, con lo que yo le respetaba, vestido de señor, y se ha quedado usted en nada!
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1 comentario:
Vamos, lo normal.
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