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O "La pesca de la trucha en... León"
La ciudad, fiel a su origen cuartelero, resistía dormitando entre aquello que queda de dos ríos y sólo parecía despertar levemente del largo letargo del invierno cuando llegaban las francesas.
Venían ellas a aprender el español y a enseñarnos las rodillas por debajo de sus faldas volanderas.
No sé si don Ricardo Gullón logró enseñarles la importancia y novedad de la poesía de Panero o de Rosales en los ratos que vencían el sopor del mediodía.
Pero, en un intercambio equitativo, aprendimos a imaginar pasiones arrebatadas y susurros en la lengua del pecado y de películas prohibidas.
Fueron los años del francés.
Y pasaron muy deprisa.
Que después vinieron japoneses, alemanes, italianos y holandeses. Y hasta rusos.
Y la rutina acabó con el misterio, con la pasión imaginada, con los intentos malogrados en la piscina del Casino.
Y les seguimos hablando de Unamuno, Valle Inclán y de los titos de Corbillos...
-Mira, Serguei, éste es el Órbigo, río truchero. ¿Sabes qué son las truchas?
- Sí. Y sé que para estar buenas tienen que tener las tres efes: Frescas, Fritas y Frías..
El narrador se dio cuenta, de repente, del camino y del tiempo recorrido desde aquellos veranos del principio.
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1 comentario:
Aquellos veranos del principio,nunca vuelven!Pasaron y por pasar,siempre llevamos las largas caminatas por las dunas,los besos atrevidos del mar junto a las rocas,empujando sus espumas hasta donde pasaban aleteando las gaviotas.
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