lunes, 23 de junio de 2008

La Divisa en la Torre

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Recojo aquí el texto que tuve la oportunidad de redactar y leer en la presentación en León del último libro de Antonio Pereira.
Sirva como homenaje al querido maestro y amigo.


Presentación del libro
LA DIVISA EN LA TORRE
De Antonio Pereira

Francisco Flecha Andrés

En la cosa del ritual universitario o de la presentación de libros suele ocurrir, a veces, lo contrario de lo que ocurre en la vida ordinaria: parece que cuando uno va a dar una conferencia o a presentar un libro tiene que ser presentado por otro. Hasta aquí, aparatoso, pero normal. Pero lo que marca la diferencia con el resto de la vida social es que en ésta, un desconocido es presentado por alguien a quien conocemos o estimamos. Justamente lo contrario de lo que ocurre en este acto. Veo por sus caras que se están preguntando con inquietud ¿Quién es ese que está al lado de Pereira? ¿Y qué pinta en todo esto? Será, seguramente, parte de los adornos de Navidad del Corte Inglés.

No me queda, por tanto, más remedio que romper el ritual y, en vez de presentar a Don Antonio, presentarme a mí mismo e intentar justificarme ante Uds. con las tres excusas a las que me he agarrado como a un clavo ardiendo para tener el privilegio de ocupar un sitio en esta mesa y un momento de su atención.

EXCUSA PRIMERA o es que, de momento, soy Vicerrector de la Universidad de León y, como tal, he venido a acompañar a uno de los doctores (el Dr. Pereira) que hemos querido unir a nuestro nombre para engalanarnos con plumas ajenas. Pero esto que, en muchos casos, se reduce a la relación efímera del puro acto de concesión, con Don Antonio (y por su expresa voluntad) se ha convertido en relación estable y permanente porque no sé si saben Uds. que últimamente ha donado una parte importante de su biblioteca y sus archivos a la Universidad como base para la creación de una Sala, una Fundación y una Cátedra de Narrativa. Y esto que, sin duda, es un gesto que debe agradecerse, se convierte en algo extraordinario e inusual si se tiene en cuenta que es la primera vez que un autor hace una donación así de desinteresada, acostumbrados como estamos a frases del estilo de “tengo intención de haceros un regalo que os va a salir a muy buen precio”.

EXCUSA SEGUNDA. Me gusta decir y confesar abiertamente que Pereira es, para mí, el maestro supremo e indiscutible en el que he aprendido todo lo que sé y defiendo en el ejercicio del oficio más viejo del mundo que me gusta practicar gratis y pagando, si es preciso, hasta la cama: me refiero (aunque sea inútil, por obvio, aclarar a qué demonios me refiero) al viejo oficio de contar cuentos.

Este es un oficio que ejerzo a ratos, con descaro, sin necesidad para ello, por puro vicio, pues que la vida me la gano, increíblemente, en ese otro oficio que a Pereira le parece, con razón, propio de inocentones y que lo fundó aquel que, para asombro del maestro, todo lo que dijo fue aquella verdad redonda y sin esquinas “Lo que es, es y lo que no es, no es ¡Qué tío!”.

Pues bien, del maestro he aprendido que el cuento no es breve porque así lo impongan las modas más o menos oportunas, sino por su misma naturaleza: que debe dirigirse hacia el final como una flecha. Fijado el objetivo desde la frase inicial que meta al lector directamente dentro de la historia, sin rodeos:
“Era un hombre como cualquier otro de los que ves por la calle, sólo que éste iba encogido en ropas reverendas que parecían pesarle”.

Eligiendo las palabras por su peso, su tono, su color y su sonido, como haría un buen poeta (que nadie entre en los cuentos si antes no ha martillado las palabras, una a una, en la poesía).

Manteniendo el ritmo hasta el final. Sin prisas, sin atropellos ni divagaciones, pero si con algún quiebro necesario, una pausa cuando ocurra, la descripción minuciosa o sugerida de un sombrero, por ejemplo..

Saliéndose del marco narrativo, para hablar de la escritura misma en eso que los modernos llaman “meta relato”:
“Y el coche oficial entra puntual y solemne en la plaza Mayor, pon que lleva banderín, qué trabajo te cuesta”.

Con un tierno erotismo, apenas sugerido, ingenuamente picarón, siempre que venga al caso.

Y un final sorprendente, que explique y cierre el cuento en un círculo completo y desde el que entonces, y sólo entonces, se comprenda perfectamente el título del cuento.

Pues bien, si aplicas todos estos condimentos, te llamas Pereira y has vivido saboreando la vida como un vino fresco y afrutado, entonces, y sólo entonces, serás un maestro, hijo mío.

Y porque no parezca que todo esto es invención mía, permítanme leer un modelo acabado que el maestro resuelve en apenas 20 líneas

(leáse aquí el cuento: “seis palabras cuatro pesetas” en La divisa en la torre).



EXCUSA TERCERA. Que he tenido la suerte de haber leído ya, con embeleso, esta “Divisa en la Torre”, esta colección de cuentos memoriosos en los que el narrador, testigo o protagonista, parece hacer un recorrido autobiográfico por sucesos, personajes o anécdotas de una vida en plena madurez. Y digo autobiográfico no tanto por lo que se nos advierte en la entradilla de que
“todo lo que el cuentista vive o imagina tiene vocación de cuento”
sino, más bien, al revés: todo lo que el cuentista sueña o imagina se convierte, a la larga, en su auténtica biografía.

Y así es: en este relato biográficamente literario, el maestro recorre los paisajes próximos del pueblo, la capital de la provincia, el Madrid de su vivencia o lugares exóticos (El Cairo, Palermo, Caracas, Helsinki, Praga o Buenos Aires) revividos con la misma proximidad emocional de quien, en todos estos lugares ha encontrado personajes, situaciones y vivencias que se recuerdan sin nostalgia sino como episodios que enriquecen un presente que se disfruta con el gusto y la fruición sentida en el pasado.

Por este ramillete de 58 cuentos, independientes pero aunados por el hilo invisible del relato continuado de una vida, van pasando los personajes que pueblan el rico territorio de Pereira: curas provincianos (Don Antonio G. de Lama, Don Filemón de la Cuesta, el frailón Pérez de Urbel), amigos poetas y escritores (Cremer, Camilo José Cela, Mestre, Gamoneda), muchachas gozadoras de largos muslos y delgadeces apetecibles, Hippies ibicencas de “un follar laborioso y callado”, algún obispo (porque ya lo advierte el maestro: “cuando me pongo a contar, me gusta sacar alguna historia de obispo, mejor de una diócesis recogida”) y personajes comunes y corrientes como Ricardo Matalavilla, que de pequeño se embelesaba con las estrellas y las cosas de San Juan de la Cruz y que, de grande, dio en hacer teoría a lo Eugenio D’Ors sobre el modo mejor de conseguir una obra bien hecha al evacuar el vientre.

O el morito de Xauén, un mozarrón fornido que, por efecto del calor o del abundante y especiado Cuscús de la comida, se despertó de la siesta bendecido con una envidiable e indómita erección y llamó a voces a su hermana para advertirla, como corresponde a un buen creyente:
-Mira, Aixa, mira lo que te pierdes por ser mi hermana.
Y que el maestro presenta como una auténtica fábula moral, cosa que cuenta con el más profundo acuerdo por mi parte porque, ya se sabe, “cuando las leyes de los dioses se impusieron a los deseos salvajes de la bestia, nació el hombre y ese universo moral que nos distingue de las fieras”.


En fin, no hay sorpresas: sólo el placer conocido y renovado de entrar de nuevo en el universo personal del maestro, poblado de personajes conocidos y anónimos, pero tratados siempre con la ternura y la retranca del experto narrador que se convierte a sí mismo en un personaje más del cuento que descubre en cada cosa.

Pues eso. Que lo sepan. Y, como en la pancarta que le esperaba a su llegada al Aeropuerto de Tenerife, me permito también recomendarles:

“Lea Ud. a Pereira. Si no, se arrepentirá. Y el que avisa, no es traidor”.

Y digo más: la lectura de su obra es un halago al escritor. Pero el escritor, como todos, se alimenta con su platito de sopa, su rajita de pescado, su trocito de queso y, si hay suerte, su copita de buen vino.

Todo esto no le viene del aplauso del lector, sino de esa cosa mercantil de los derechos de autor.
Cambiaré, por eso, mi pancarta personal:

“La Divisa en la Torre: No sea “usmia”, ¡cómprela!
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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Aceptamos tus dignas letras como presentación.

Nos haremos con un ejemplar de "La Divisa en la Torre".

Gracias por escribir.

Anónimo dijo...

Gracias, a tí, amigo Psico, por la visita, la lectura y la confianza.
Salud

Anónimo dijo...

Una GRAN PRESENTACIÓN para el que debe ser un GRAN LIBRO.

Carlos Caillaux dijo...

Reverencia al maestro, honestidad y elegancia en el texto.

Saludos Francisco.

Pd. Gracias por agregar mi "link" en su Blog.

Anónimo dijo...

El maestro se lo merece, amigo Carlos.
Saludos

Anónimo dijo...

amiga joana: te contesté el otro día al comentario pero, por algún capricho de las máquinas, no ha aperecido la respuesta. Pues nada que digo que la presentación solo pretendía hacer justicia (con mucho cariño, eso sí) a un libro que, como todos los de Antonio Pereira es altamente sugerente y escrito con total maestría.
Un saludo

Anónimo dijo...

Sí hubo respuesta, pero en el post anterior.
Me gustan las sugerencias en cuanto a lecturas, así que igual te hago caso y en algún momento le leo.
Saludos.

Ciertamente dijo...

Gracias por el excelente comentario sin duda hay un gran escritor ( perdón por mi ignorancia)que ahora, sin duda buscaré.