domingo, 20 de enero de 2008

El secreto.

.Con permiso de Favelis.


La vida y obra de Jaime de Sotomayor, máximo exponente de aquella generación perdida del 38, había tenido siempre para críticos y lectores esa especie de aureola de misterio que acompaña a la obra y los autores que parecen escribir como afectados por alternancias incomprensibles de alegrías y tristezas, de luces y de sombras, de gozos y de angustias, que parecen empujados a lo que los críticos han llamado pomposamente "el quiebro fatal de la conciencia".

Al estudio de de este "Quiebro fatal de la conciencia en Jaime de Sotomayor" había dedicado años de estudio y ponencias en congresos el catedrático Salustiano del Castillo, de la Universidad Pompeu Fabra, reconocido especialista en la obra del poeta.

Pero, a pesar de los treinta años dedicados al estudio concienzudo de la obra, no había conseguido explicar los motivos de la quiebra: ¿por qué, a obras de poesía social y de trincheras ("Indómito arquitecto del verso y de la espada"), les había seguido aquel tierno poemario ("A la sombra encendida de tu cuerpo", obra sin precedente y parangón en toda su producción, con vocabulario, recursos e imágenes que no podrán encontrarse en ninguna otra), para volver después a la poesía dolorida, amarga, resignada y gris de "Heridas del desamor y otros tormentos"?.

Como suele ocurrir en estos casos, el enigma se resolvió por sí solo el día en que Salustiano del Castillo, rebuscando en el escritorio del poeta en la Casa-Museo que el Ayuntamiento ha abierto con sus cosas, descubrió un cuaderno manuscrito con el texto completo de "A la sombra encendida de tu cuerpo", pero firmado por un tal Emilio de la Fuente y con una dedicatoria enardecida:
"Para ti, Isabel,
en recuerdo de aquellos días
robados en Menorca,
donde,
enredado en tus caderas,
tiritando de placer
y de deseo,
soñé,
en las brasas de tu cuerpo,
el placer del paraíso
y estos versos".

Aquello lo explicaba casi todo. O casi nada. Quién sabe lo que pasa en la conciencia de un marido engañado y resentido.

De todo ello, tal vez, la única verdad es aquella de Favelis:

"Cuando la obra es mejor que el autor es porque es obra de otro autor".


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