jueves, 6 de septiembre de 2007

La hermosora

Era lo que se llama un hombretón grande como un castillo. Tanto que, a primera vista asustaba a los pequeños. Sobre todo en invierno, con su capa española, su bastón, su sombrero y aquel puro que no se sabía bien si lo fumaba o si simplemente lo llevaba por dar ocupación a aquellos labios enormes y amoratados.

Pero, a pesar del aspecto y de los años, conservaba intacta la retranca que, según dicen, caracteriza a las gentes de esta tierra (socarrones, pero que, a la mala, son capaces de morder con la boca cerrada, como dice algún malvado) y algunos gustos y costumbres (el cus-cús, el té a la menta, el sombrero panamá y la sahariana del verano) que le habían quedado de los años de servicio en África, como médico de la legión.

De aquella época, además, atesoraba mil anécdotas cuarteleras (reales o inventadas) con que animaba las tertulias de "El Central".

Como aquella que decía que estando un día en la consulta le llegó un morito (Soleimán, según dijo, se llamaba), aquejado de incómodos picores en el miembro de los hombres.

-Mire, doctor, que no me aguanto, que me pica la hermosora.

Procedió el doctor a la inspección que requería la dolencia y aconsejó el oportuno tratamiento, pero, al final, sucumbió, sin poderlo remediar, ante aquella curiosidad que le inquietaba:

- Óyeme, Soleimán, y tú ¿por qué le llamas "la hermosora"?

- Porque así la llaman Uds. los cristianos

- ¿Qué me dices?

-Si, señor, así lo tengo yo entendido. Que se la enseñé, antes de venir, a mi sargento y él fue el que me dijo: "¡Qué hermosora"!

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