Fiel al espíritu cínico y socarrón que había cultivado en vida, mandó poner, copiando a Groucho, en su tumba, de epitafio:
“Perdone, señora, que no me levante”.
Pero cuando la vio venir con su luto fingido, sus flores y aquella media sonrisa, no pudo más.
Salió corriendo.
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