Estaba continuamente preocupada. Se le notaba a la legua que era madre primeriza por la angustia que ponía en cada gesto:
-¡Ay, por Dios, que el niño llora!; ¡Ay, por Dios, que no se duerme!; ¡Ay, por Dios, que no me mira!"
O sea, todo el día en una continua cantinela de "ay, por Dios".
Cuando vió que el niño no engordaba, la cantinela se volvió un sin vivir.
Bajó a la capital y cuando el médico le preguntó qué tal mamaba y si cogía bien el pecho, contestó sin pensarlo ni un momento:
-"Si, señor, si; como un hombre".
Y es que, en realidad, hay cosas en las que, al parecer, los hombres son maestros.
2 comentarios:
Encontré este blog, paseando por las páginas del Google, destino: Blogs literarios.
Y me quedé un rato, lo justo o injusto para dejarte un comentarioa decente.
Un saludo.
Gracias por la visita. Vuelve o quédate el tiempo que quieras. Siéntete en casa.
saludos
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