miércoles, 30 de mayo de 2007

EL TRANVÍA DE AVILÉS

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Los habitantes (menguantes, también ellos) de este reino cuyas crónicas escribo han sentido, desde siempre, por algún atavismo que no alcanzo a comprender, una especial simpatía hacia la gente que viene a secarse desde Asturias.

Asturias es ese otro reino primigenio donde fuimos lo que somos cuando, como dije, los osos andaban por los montes acechando y dejándose acechar por reyes y señores.

De Asturias nos vino el Roxu Xoan de Cova, con alma de niño y hechuras de Conde de Bocamar, recién estrenado el traje y la apariencia que quería vestir de grande. Desde entonces, que ya hace, ha ido sembrando en estos praos la vida, la esperanza y algunas historias de mujeres y magnolios. Y en momentos de murria y confianza le habló al cronista de Cova y de esta historia jugosa de mozas y tranvías.

Pues la cosa es que, por entonces, cuando Avilés era todavía una ciudad tranquila y señorial, cuando aún no se habían ennegrecido pulmones y placentas con los humos de ENSIDESA, cuando sólo la habitaban “los de siempre”, pues que aún no había “coreanos”, cuando los indianos construyeron sus villas con palmeras en la Calle de la Cámara, en la Plaza de las Aceñas, en la Calle de San Francisco, en la “colonia” de Villalegre; por entonces, cuando empezó en aquellas tierras “lo moderno”, la “Compañía del Tranvía Eléctrico de Avilés” abrió la línea de “Avilés a Salinas y viceversa”.

Aquello alivió enormemente las largas tardes de domingos en Agosto, repartidas entre siestas silenciosas, aguantando la calora y paseos rutinarios por las calles de Galiana y de Rivero.

Era un viaje pausado, flanqueando la carretera de la ría, los pinares, la línea de la costa y algunas casas de indianos. Suficiente. Hasta los confines de aquello tan cercano.

Cova y Leo tomaron el tranvía alguno de aquellos domingos del Agosto y se enfrascaron en una larga y cómplice retahíla de susurros y sonrisas amagadas. Pequeñas confidencias y secretos de dos mozas casaderas, que parece que se hacen más abiertas cuando cambia el paisaje y se evitan las miradas más cercanas.
Y así llegaron a Salinas y el tranviario, tocando la campana las avisó que debían apearse, que aquello era el final del viaje.

Y fue entonces cuando Cova le dijo solemnemente aquello que quedó como herencia familiar:

- “No, no, perdone. Nosotras vamos a viceversa”.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Por indicación del señor Conde, le transcribo literalmente sus palabras: "Ah, esti neñu cuentalu to. Va coxeme la familia y tirame a la ria".
Lo que comunico a V.S. para su conocimiento y efectos oportunos.
Por delegación del Sr. Conde.
Braulio da Costa e Interior
Mayordomo de los Palacios de Invierno.

Francisco Flecha dijo...

Sr. Braulio de mi más alta consideración:
Ruego le transmita a su señor (Cualquiera que éste sea) que pierda todo cuidado y vana preocupación, pues que debe haber algún error.
El Conde de Bocamar al que el crónista hace referencia murío como un santo hace cincuenta años en la Costa de la Muerte mientras se dedicaba a una ocupación tan de su gusto como de su condición: apañar percebes grandes y hermosos "como carallo d'home"

De cualquier modo, presente Ud. mis respetos a su conde y dígale que disculpo el error pues que de condes está el mundo lleno.

Anónimo dijo...

Hola, me colé por esta rendija que olvidaste tapar, en tus entradas no veo la manera de dejar comentario.

LLego desde el contador de estadísticas.

Me gustó mucho éste post " y viceversa", me recordó a Benedetti, amo la poesía.

Saludinos.

Francisco Flecha dijo...

Fusa, agradezco la visita y el comentario. En su día cerre los comentarios porque me estaba empezando a agobiar lo que, cada vez más, se parecía a un chateo. Deje esta puerta para hablar con quien quiera.
Un abrazo
Paco Flecha