miércoles, 23 de mayo de 2007

LA ESTACIÓN DE MATALLANA

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Los lugares, los pueblos, las ciudades no tienen una historia. Tienen cientos y miles de historias paralelas.
A los lugares, los pueblos, las ciudades uno se acerca, al menos, de tres maneras diferentes.
La primera es a través de aquello que de ellas nos dicen las historias, los mapas, los libros que se nutren de su estudio dejando fuera el alma. Y ¡Dios! Que frío y que distante el lenguaje de la ciencia y sus palabras, capaz de aniquilar cualquier encanto.
Si se quiere, por ejemplo, conocer el sentido y la razón de esta vieja Estación de Matallana, puede llegar a saberse que es el inicio de un tren de vía estrecha que idearon los intereses de la burguesía vasca, allá por 1894, para proveer de hulla más barata que la inglesa a su industria siderúrgica y que terminó uniendo las ciudades de León y de Bilbao en un tráfico mixto de viajeros y mercancías.
La página oficial de FEVE, en lo que llama “Breve Historia” nos informa:
Las redes de ferrocarriles de vía estrecha en España nacieron como una solución al problema del transporte antes del desarrollo de los tráficos por carretera. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX proliferó la construcción de muchas líneas de pequeños recorridos locales y regionales que, apenas transcurridos unos años, se mostraron improductivas e inadecuadas ante la competencia del transporte por carretera.
En la Cornisa Cantábrica, en cambio, los ferrocarriles de vía estrecha se implantaron como una red adaptada a las características geográficas y económicas de las zonas que servían. Las dificultades orográficas imponían la elección de ferrocarriles de vía estrecha, dado el elevado coste de los tendidos de vía ancha.
La precaria revolución industrial española, muy distante de las transformaciones que se produjeron en Europa, afectó especialmente el desarrollo del ferrocarril. Numerosas compañías se vieron abocadas a la desaparición por falta de rentabilidad.
Esta situación obligó a la Administración a crear en 1926 la Explotación de Ferrocarriles por el Estado (EFE). Se trataba de un organismo dependiente del Ministerio de Obras Públicas. Así comenzó el Estado a hacerse cargo de las líneas mal planificadas y antieconómicas, convirtiéndose en una especie de refugio de fracasos ajenos.

Nada. Ni una sola palabra de aquel trenecillo de vagones de madera con balconcillos de hierro en sus extremos que, arrastrado a duras penas (parecía) por su locomotora americana, acarreaba los trajines de paisanos de los pueblos del Torío, de Boñar o de Cistierna.
¿Qué han de saber, si nunca lo sintieron, del sabor agrio y espeso que nos dejaba en la boca el humo de la máquina cuando la esperábamos ansiosos, asomados al pretil de los Maristas (el mejor de la ciudad para afilar en sus piedras la navaja) para gritar a su paso, envueltos en la nube del humo y del vapor, por ver si podíamos tapar con nuestros gritos el “tracatrá” quejumbrosos de sus bielas?
¡Qué han de saber, si nunca lo sintieron!
La segunda manera es la del viajero que viene de otras tierras, en camino hacia otra parte y se encuentra, de pronto, ante esta noble arquitectura, que contradice su aparato con la paz y el silencio en sus vestíbulos y andenes. Sólo extrañeza de que la ciudad insaciable no se haya tragado todavía todo esto.
La tercera manera, la más plena, nos ata a las cosas, los pueblos, los lugares, las ciudades de por vida, como a ese pequeño territorio donde han crecido con nosotros los sueños, los temores, los fantasmas, los deseos que nos permiten reconocernos como somos.
Las cosas, entonces, no nos hablan de sí mismas. Nos hablan de nosotros, de aquello que hemos sido, o que queremos recordar de lo que fuimos.
Pues bien, para el niño que fue creciendo en mí y que ahora recuerdo después de tantos años, habitante, por entonces al final de esta calle larga y fría a la que, por un tiempo quisieron bautizar con un nombre que recordaba el principio de una guerra fratricida, para el niño que duerme en mi recuerdo, la Estación de Matallana fue siempre una frontera.
Aquí empezaba o terminaba la ciudad, según se mire.
Hasta aquí llegaban los últimos edificios ciudadanos, con lujos de balcones sostenidos por parejas de estatuas exhibiendo una rotunda desnudez capaz de despertar algún sofoco en un cuerpo adolescente al que, incluso, tales visiones le negaban.
Más allá, si se quita el chalet de los Ceremonias y el más modesto de Don Mauro, sólo casas que servían de fachada a un horizonte de huertos, de rastrojos y de eras.
La plaza de la estación, ajetreada de mañana por las gentes que venían del Hullero y las lecheras de Carbajal, anunciaba, la primera, la llegada del verano con un puesto de melones y sandías apiladas en montones tan inmensos que parecían vaticinar que la temporada jamás terminaría.
Hasta aquí veníamos desde lejos, las tardes del verano, bandadas de chiquillos, como tordos, a llenar los botijos de agua fresca en el caño de la plaza.
Y el Hullero nos llevaba los domingos del verano a soportar los calores a la orilla del río en San Feliz, Garrafe, Pardavé, Pedrún, Matallana o La Vecilla atestado de risas y gentío.
En aquellas excursiones conocimos, por ejemplo, a Bienvenido que, para risa de la rapacería, pasaba el rio pujando a hombros la burrina porque decía que la infeliz tenía reuma.
Era aquel un viaje suficiente. A los confines. Decían que el tren iba más lejos. Hasta Bilbao, aseguraban. No sé si alguna vez llegamos a creerlo.
Pero los lugares, los pueblos, las ciudades no tienen una historia. Tienen cientos y miles de historias paralelas.
Esta, tal vez, sólo es la mía.
Me hubiera gustado oír la de mi padre, un mozo de Garrafe que llegó del pueblo, una tarde del otoño, a esta estación, con su traje de pana, la corbata y una maleta de cartón a estudiar el magisterio en la Normal.
Me gustará escuchar, cuando la escriba, la de mi hijo que, apenas sin saberlo, ha ensayado sus primeros pasos y caídas en la paz ensimismada de esta misma Estación de Matallana

2 comentarios:

EL RUMBO DE MIS PASOS dijo...

Con permiso:

Así es el ciber-mundo, yendo de un sitio a otro, he llegado hasta éste, su blog, y mira por donde, como por arte de magia, he regresado en pocos segundos a un lugar en el que estuve hace muchos, muchos años.
Miles de gracias, por lo inesperado, por el paseo, y por llevarme, sin coste alguno, a un rinconcito de mi memoria, a la inolvidable Estación de Matallana.

Muchas gracias, Francisco.

Francisco Flecha dijo...

El rumbo de ltus paso por esta vez te ha traido a casa.
Bienvenido.
Saludos