lunes, 24 de septiembre de 2018

La culpa fue del Wonderbra




No es ninguna novedad reconocer que hay toda una literatura en torno al oficio de viajante de comercio.  Aquí, la verdad, un servidor (aunque no sé si conviene mucho que el cuentista ponga por ejemplo su propia experiencia en la cosa del contar) no conoció tantos como cuenta Pereira que pasaban por la ferretería familiar.

Solo uno.

Venía por casa cuando madre, para sacarnos adelante, volvió al oficio de corsetera, que estaba ya por entonces en franco retroceso ante las nuevas tendencias en técnicas y tejidos.

Tiempos de transición, que afectaron hasta al nombre de las cosas: que el sostén o temporello pasó a llamarse finamente "sujetador".  Y lo que llamábamos "cazuelas" se transmutaron en "copas".

Y la demanda comenzó a ser menor (salvo en el caso de bragueros y corsés para la hernia; pero, claro, esto ocurría en casos muy contados). 

En consecuencia, el encargo de los materiales del oficio (corcheteras, ballenas, rellenos, enganches de ligueros, breteles, ojeteros...) iba decayendo al ritmo que pedían los consumos.

Pero Galindo, el viajante de la firma "Viuda de Lesmes Martín, calle de la Montera, número 3, Madrid" seguía insistiendo como a quien le va buena parte del sueldo en los encargos conseguidos.

-Mire usted, doña Teo, le traigo una oferta que no va a poderme rechazar: que esta primavera lo regalamos todo a precios increíbles.

Y madre terminada pidiendo las dos o tres cosas más urgentes, por si acaso.

Pero ni la indomable tenacidad de Galindo, ni sus ofertas increíbles sirvieron para conjurar el naufragio inevitable del oficio ante el golpe fatal que supuso la asquerosa y traidora aparición del Wonderbra.

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