De la virtud del jabalín
Doradía, moza altiva y melindrosa, hija segunda de Pero Laínez, sacristán y sepulturero de la villa de Valderas, estuvo a punto de morir por negarse, desoyendo el llanto y los apuros de la madre, al remedio aconsejado contra el flujo de sangre en la nariz y consistente en aspirar, por espacio de lo que tarda en rezarse un Gloria Patri, los excrementos frescos y calientes de un jabalín macho y sin castrar, a ser posible.
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