Nunca creyó en la suerte.
Ni en la buena, ni en la mala.
Por eso, cuando en las noches engañosas del agosto llevaba a la forastera al vértigo alborotado del pajar, mientras en la plaza seguía la verbena, lo que menos le importaba era ponerse a investigar si era verdad o era mentira la existencia de esa aguja que decían.
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2 comentarios:
Siempre me admira ese humor suyo tan fino.Cuánta elocuencia contenida en unos pocos renglones! Cordiales saludos.
Gracias, Beatriz. Siempre tan amable (y tan fiel lectora de mis pequeñas tonterías. Muchas gracias
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