Volvió
a La Nava por el Cristo, como queriendo reencontrar la pureza de la infancia,
los olores ya casi olvidados de las cosas, el sentido de su nombre y los
recuerdos que el tiempo y la distancia habían, sin duda, ennoblecido.
Habían
pasado treinta años y todo parecía igual y, sin embargo, al mismo tiempo, tan
distinto. La casa de la abuela seguía teniendo en el corral la palangana y el
caldero, la misma lata para echar de comer a las gallinas, el rastro colgado en
la pared, la taja de lavar en el pilón y las madreñas. Pero todo resultaba
ahora más pobre y más pequeño: el enorme corredor que recordaba no tenía mucho
más de cuatro metros, el portalón, el doble, la panera habían perdido, sin que
nada les faltara, el misterio y el calor de los recuerdos.
Y
la gente que aún quedaba era más vieja y más distante, mezclando el desdén con
la excusa de no haberla conocido:
-
"Como vienes tan guapa y tan bien acompañada ¿cómo iba a imaginar que eras
la misma que se fue cuando era moza?".
El
comentario no tenía desperdicio. Parecía volver a poner las cosas en su sitio:
que se tuvo que ir, empujada por el hambre, a Barcelona con lo puesto y veinte
años como único equipaje, que se sabía, porque alguien lo había dicho, que el
coche, las joyas y aquel hombre moreno, grandón y ensortijado los había
conseguido, todos juntos, ejerciendo un oficio tan viejo como el mundo. Y que
volvía por vengar, seguramente, el desprecio de los años de miseria.
Y
no era así. La vida y La Coral, la madama de "El Jardín de las
Mimosas" le habían enseñado a vivir de otra manera:
-"De
puertas para adentro, hijas mías, todas putas, pero al salir a la calle, más
señoras que nadie. La cabeza bien alta y que nada ni nadie os quite la sonrisa.
El orgullo y la venganza no son buenos para nada. No dejéis que se os pudra la
sangre como a ellas".
No
quería ella pensar, ni mucho menos, que esto fuera verdad en todas las mujeres
de La Nava. Había de todo, como es lógico. La señora Consuelo, por ejemplo, la
viuda de Antolín, el molinero, era una buena mujer, sin duda alguna. Mucha
hambre les quitó cuando eran niñas.
-
"Esta muy mala -le dijeron-. No se levanta de la cama desde abril. Ya casi
no conoce. Se le pasó la cabeza con los años y mezcla las cosas y los
nombres".
Se
propuso ir a verla por reavivar el recuerdo agradecido de las tortas con
azúcar.
-"Señora
Consuelo ¿Me conoce? Soy Nati, la de Antonio".
Sumida
en otro mundo, encallada como un barco en otros mares más tranquilos, ni
siquiera abrió los ojos.
-"Soy
Nati ¿Me conoce?.
Sin
moverse siquiera, pero despacio y contundente:
-
"Si, hija, si. Bien conocida te tenemos aquí todos.
Después
de todo, casi nada había cambiado aquí en La Nava, después de treinta años
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