miércoles, 5 de noviembre de 2014

De bares y soledades


El Darío

Las tardes eran lentas (como los amaneceres en aquellos aeropuertos del poeta) y la soledad, paciente y silenciosa como la novia primera, cuando venía a acurrucarse al lado de la estufa en la cantina de Darío.

Adormecido por el calor y la momserga de los partidos del domingo en el sonido confuso de la radio, el sacristán del Mercado repasaba, una vez más, las doscientas aventuras amorosas que podía haber tenido y que no tuvo.

Que no hay nada mejor que el recuerdo amodorrado de las cosas que no han sido cuando te pilla la noche, la nostalgia y el cansancio en una de estas cantinas del Mercado.

1 comentario:

emejota dijo...

Mire usted qué pena