Es
difícil romper, a voluntad, el manto agridulce del olvido y no podría
asegurar,después de tanto tiempo, si aquella había sido una tarde parda y
fría de invierno, como otra del poeta.
Pero
al mirar hoy a través de la ventana de aquello que había sido la
escuela de su infancia y ver de nuevo los pupitres (¿eran entonces tan
pequeños?) y el mapa amarillento, la larga regla de madera y el compás,
los cuerpos geométricos encima del armario, el gancho de la estufa y los
tinteros, renacieron de pronto en su memoria los miles de olores
cotidianos que componían el áspero mundo de la escuela y aquella tarde
insustancial de la época del trompo, del tacón o las canicas en que todo
cambió súbitamente y Don Pruden comenzó a llamarles de"usted" y por el
número.
-A ver, el 27, lea Ud., Sr. Valbuena, en la página 50, donde dice "Respeto debido a padres, sacerdotes y maestros".
Fue aquella, sin duda, la primera señal de la tormenta y recorrió la clase un pasmo ensimismado de silencios y temores.
-"Póngase en pie, por favor, Sr. Valbuena".
Aquello
era lo terrible. La altiva dignidad de Don Prudencio que, enlazadas las
manos a la espalda y mirando fijamente algún punto inconcreto colocado a
tres palmos por encima de la puerta, iba dejando caer lentamente el
tratamiento, exageradamente cortés, tristemente distante y dolorido.
Todo resultaba, de pronto, incomprensible.
Porque,además,
el número 27, Genaro Valbuena, había sido siempre el ojo derecho del
maestro. Nunca supieron la última razón de aquel afecto paternal que le
hacía distinguir a Genarín con mil pequeñas prerrogativas envidiables.
Era siempre Genaro el que daba vueltas a los polvos de la leche
americana, el que repartía los libros de lectura, el que tiraba la
ceniza de la estufa, el que iba a la cantina a comprar el cuarterón de
Don Prudencio. Algunos decían que tal predilección se debía a que el
padre de Genaro, muerto hacía ya tiempo (aunque presente todavía su
recuerdo en el negro brazalete del abrigo del colegio), había sido
compañero del maestro.
Y,
sin embargo, daba la impresión de que la causa del problema tenía algo
que ver con todo ello. Pero era inexplicable. Genaro había sido
cariñoso, como siempre. O más aún, pues no podía olvidar que, cuando
antes del recreo había venido una señora a hablar con el maestro, fue
él, precisamente, el que se acercó para avisarle:
-"Don Pruden, que tiene Usted abierta la bragueta!".
Aunque, recordando
ahora todo aquello, quizá se explicara una cierta zozobra en el
maestro, el hecho de que aquel día no salieran al recreo y las enormes
cuentas que les puso de tarea.
-"¡Siéntese,Sr. Valbuena!".
Y
cayó, de pronto, sobre todos, durante ocho interminables días, la gris
monotonía de la lluvia tras los cristales, la lenta letanía del
recuento("mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón") y el
confuso sentimiento de la última y cruel derrota de Don Pruden, natural
de la villa de Prioro y Maestro Nacional de Villaornate.
Publicado en FRANCISCO FLECHA, El vuelo del milano, León, Celarayn, 2006.
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2 comentarios:
La vida .....continua a través de la bragueta.
es así
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