domingo, 14 de septiembre de 2014

Educando a Tarzán


NORMAS Y ANORMALES



Que no, que no.  Que no es que Chita, a pesar de su edad (el secreto mejor guardado de África, se decía), añorase los tiempos pasados.  “Cualquier tiempo pasado fue peor”, acostumbraba a decir a los nostálgicos.

¡Dónde vas a parar!  Ni punto de comparación.  Tal nostalgia del pasado solo parecía explicable por la torpe manía que tienen algunos de olvidar o ennoblecer un pasado, a todas luces, miserable.

No había más que recordar, con un mínimo de objetividad (si tal objetividad fuera posible) aquellas épocas abominables y oscuras en las que el patrón dominante de conducta era el sometimiento al capricho del más fuerte.  “Mi ley es la fuerza y mi capricho, el evangelio”.  Tiempos de gorilas y leones.  Dictaduras de silencio y miedo.

Y aunque aquel misionero enfurecido (nacido, por lo visto, en las lejanas y exóticas montañas de Prioro) acostumbraba a decir que en aquellos tiempos, cuando entonces, los únicos que tenían miedo eran los malos, lo cierto es que daba la casualidad de que los malos coincidían siempre, mágicamente, con aquellos que no eran del propio bando.

A todas luces, estos de ahora son otros tiempos.  Los tiempos del Derecho, de la Razón y de las normas.  Que la soberanía no está en las personas, sino en las leyes que a todos nos obligan.  Dominación Legal-Racional, que dicen los enterados.

Con esta nueva manera de entender la convivencia todo se ha convertido al imperio de las normas.  Hasta la selva (el último reducto que parecía quedar para la vida libre y salvaje, espontánea y relajada) se había llenado de normas y carteles: Prohibido pasar, prohibido bañarse, prohibido pescar, prohibido cazar, prohibido dar de comer a los animales, prohibido fumar y hacer hogueras… Casi todo, si ibas a ver, estaba prohibido.

Y, ya te digo, no es que Chita fuera defensora acérrima de que cada uno hiciese lo que le viniese en gana, que al final, esto, de beneficiar a alguien, solo beneficiaba a los bichos más bestias y egoístas; pero empezaba a sospechar que, con tanta norma,  cada vez se hacía más estrecha la franja de la normalidad.

Daba vueltas a todos estos pensamientos mientras se ocupaba, distraída, en espulgar a su pupilo, hasta que, después de un suspiro, se le escapó decir, como quien piensa en voz alta:

- No sé, Tarzán, hijo, si todo esto supone tanto avance como, a veces, hemos creído. Que mientras más estrecha sea la franja de la normalidad, más gente se queda fuera.  Cuando no había tantas normas, no podíamos ni imaginar que hubiera tantos anormales.

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