NORMAS Y ANORMALES
Que no,
que no. Que no es que Chita, a pesar de
su edad (el secreto mejor guardado de África, se decía), añorase los tiempos
pasados. “Cualquier tiempo pasado fue
peor”, acostumbraba a decir a los nostálgicos.
¡Dónde
vas a parar! Ni punto de
comparación. Tal nostalgia del pasado
solo parecía explicable por la torpe manía que tienen algunos de olvidar o
ennoblecer un pasado, a todas luces, miserable.
No había
más que recordar, con un mínimo de objetividad (si tal objetividad fuera
posible) aquellas épocas abominables y oscuras en las que el patrón dominante
de conducta era el sometimiento al capricho del más fuerte. “Mi ley es la fuerza y mi capricho, el
evangelio”. Tiempos de gorilas y
leones. Dictaduras de silencio y miedo.
Y aunque
aquel misionero enfurecido (nacido, por lo visto, en las lejanas y exóticas
montañas de Prioro) acostumbraba a decir que en aquellos tiempos, cuando
entonces, los únicos que tenían miedo eran los malos, lo cierto es que daba la
casualidad de que los malos coincidían siempre, mágicamente, con aquellos que
no eran del propio bando.
A todas
luces, estos de ahora son otros tiempos.
Los tiempos del Derecho, de la
Razón y de las normas.
Que la soberanía no está en las personas, sino en las leyes que a todos
nos obligan. Dominación Legal-Racional,
que dicen los enterados.
Con esta
nueva manera de entender la convivencia todo se ha convertido al imperio de las
normas. Hasta la selva (el último
reducto que parecía quedar para la vida libre y salvaje, espontánea y relajada)
se había llenado de normas y carteles: Prohibido pasar, prohibido bañarse,
prohibido pescar, prohibido cazar, prohibido dar de comer a los animales,
prohibido fumar y hacer hogueras… Casi todo, si ibas a ver, estaba prohibido.
Y, ya te
digo, no es que Chita fuera defensora acérrima de que cada uno hiciese lo que
le viniese en gana, que al final, esto, de beneficiar a alguien, solo
beneficiaba a los bichos más bestias y egoístas; pero empezaba a sospechar que,
con tanta norma, cada vez se hacía más
estrecha la franja de la normalidad.
Daba
vueltas a todos estos pensamientos mientras se ocupaba, distraída, en espulgar
a su pupilo, hasta que, después de un suspiro, se le escapó decir, como quien
piensa en voz alta:
- No sé,
Tarzán, hijo, si todo esto supone tanto avance como, a veces, hemos creído. Que
mientras más estrecha sea la franja de la normalidad, más gente se queda
fuera. Cuando no había tantas normas, no
podíamos ni imaginar que hubiera tantos anormales.
.
2 comentarios:
Muy ingenioso.
gracias
Publicar un comentario