jueves, 10 de julio de 2014

El hábito y el monje

.




Don Gonzalo, el último marqués de Pobladura, era un señorón de mucho porte que, la verdad, siempre iba hecho un abril, trajeado y elegante como si hubiera de ir a ver al rey, frío y distante como un abad de Montserrat, recatado y santurrón como novicia ofrecida a las Descalzas.

Que ni hablar necesitaba: una simple mirada o una leve señal con el bastón eran de más ley que el Código Civil.

Por eso, Dorotea, la chica de Armellada que servía a la marquesa, cuando le vio abandonar en calzoncillos la cama donde la sorprendió aquella madrugada, sólo acertó a decir:

- ¡Ay, señorito, con lo que yo le respetaba, vestido de señor, y,  visto así de cerca, se ha quedado usted en nada!

.

3 comentarios:

Beatriz Basenji dijo...

Decepciones que se causan!Igual sucede cuando uno baña a su mascota preferida,esas que son una mata de rulos corriendo por la casa!

Beatriz Basenji dijo...

Decepciones que se causan!Igual sucede cuando uno baña a su mascota preferida,esas que son una mata de rulos corriendo por la casa!

emejota dijo...

Gracias por el buen ratito. Me ha divertido la descripción del monigote. Las palabritas de la criada las conocía, jajjj corrió por muchos mentideros femeninos.