martes, 30 de abril de 2013

El color de las hayas







Presentación del libro
El color de las hayas
Epigmenio Rodríguez


Cuando Ulises llegó, por fin, a Itaca, una tarde cualquiera, hacia la mitad de aquel otoño, os lo puedo jurar (o, al menos, estoy casi seguro) que no fue el vuelo febril de los vencejos, ni las higueras de los huertos del camino, ni las cabriolas zalameras del perro a su llegada lo que le hicieron sentir que había llegado, por fin, al cobijo amoroso de la patria  (Que no es verdad que la patria verdadera sea el territorio de la infancia).

Y ni siquiera el reencontrarse de nuevo con los paisajes que habían ido alimentando la nostalgia en todos esos años de ausencias y penurias  (Que no es verdad, como a veces quieren los poetas que veneramos en este nuestro parnasillo provinciano, que la verdadera patria sea el territorio que repuebla la memoria).

Cuando Ulises llegó, por fin, a Itaca, una tarde cualquiera, hacia la mitad de aquel otoño y se encontró con los demonios familiares, cuando bajó, por fin, a los infiernos y entró de nuevo en el campo de batalla donde se enfrentan desde siempre, en lucha encarnizada, las fuerzas primigenias de la vida y el amor y la muerte y el odio y la fuerza de la sangre y el destino y la pasión y la venganza…entonces, sólo entonces, supo que había llegado, por fin, a la patria.

Es más. Que a pesar de los viajes, los peligros, los mares recorridos, esa patria primigenia siempre le había acompañado.

Que la patria que os digo no es un lugar al que se pueda volver de retirada, sino la lucha interior que lidiamos donde vamos, que configura lo que somos, las cicatrices que nos quedan y la mirada piadosa, casi tierna, que nos provoca la miseria y la derrota.

Bueno, pues después de todo esto, de esta larga parrafada, tal vez haya conseguido que alguno de vosotros esté ya pensando que a qué viene todo esto y que qué tiene que ver con Epigmenio y su novela.

No os preocupéis, que voy a ello.

Cuando empiezo a leer la novela de alguien que conozco, lo confieso, me pierde, al principio, pretender encontrar en ella alguna pista de aquello que yo espero.

Y me digo:  Epigmenio, como Ulises, guerrero que ha hecho frente a mil batallas y de las que guarda el recuerdo y más de una cicatriz, seguramente, quiere volver de nuevo a casa como aquellos transterrados que tienen  como prisa en anudar el cordón umbilical que les une a una tierra y a una gente que reconocen como propia.

Y leo lo que se dice de él en la solapa:

Epigmenio Rodríguez nació en Taranilla (León) en 1953. Maestro, economista y MBA, ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a la educación, tanto en España como en el extranjero. Ha sido profesor, director de centros educativos y asesor del Ministerio de Educación.
También ha trabajado como consultor en proyectos de cooperación internacional. Fue minero en su juventud y (de lo que se siente más orgulloso) trabajó ayudando a sus padres en el campo y con el ganado desde tan temprana edad como es capaz de recordar.
En 2007 escribió y dirigió Las becicletas, una película de corto metraje.
 En 2010 publicó LEÓN SIN PRISA (I), primer volumen de un libro de viajes por la provincia de León.
En 2011 publicó el segundo, LEÓN SIN PRISA (II).
EL COLOR DE LAS HAYAS es su primera novela, y también la primera de la trilogía DE INFERNIS.

Y me preparo para una novela nostálgica de aire rural y veo a Braulio subido en su tractor “atravesando la brevedad de la Loma y empezando a subir lentamente por el camino del Cueto y contemplo con él el ocre austero de los robles, la sinfonía de color de las hayas con todos los tonos del amarillo al rojo y, aquí y allá, un armagón, un cerezo silvestre, un mostajo, un fresno…”

Y me dejo encandilar porque, a pesar de las corrientes de la moda, me encantan las historias rurales de estas tierras.  Que nunca he comprendido por qué escribir sobre Arcahueja es más criticable y provinciano que escribir sobre Comala, Macondo o East Aurora.

Y me equivoco, de nuevo.  Que por debajo de esta visión bucólica de campos bañados por las luces suaves del ocaso, en contraste radical y extremadamente sugerente con el ritual casi etnográfico de la feria de ganado, de las carreras y el baile vermú en el día de la fiesta se está librando, por debajo, en el eterno campo de batalla la lucha encarnizada entre las  fuerzas primigenias de la vida y el amor y la muerte y el odio y la fuerza de la sangre y el destino y la pasión y la venganza…

Y uno se da cuenta, justo a tiempo, que Epigmenio, como Ulises, ha querido bajar a los infiernos y descubrir que están aquí y ahora, entre nosotros, que son la masa con la que vamos resultando lo que somos (supervivientes o vencidos), que la eterna pelea primigenia se da en todos los ambientes, por íntimos que sean, por pequeños, aislados, familiares… y que la lucha siempre se enfrenta en solitario.

Y construye con ello una novela ejemplar, plagada de matices, con la fuerza de las grandes tragedias que han sido referencia de vida y de cultura en todas las  orillas de este mar que venimos recorriendo desde los tiempos de Ulises, por lo menos.

León, 29 de Abril del 2013
Francisco Flecha

2 comentarios:

gus dijo...

Lo dicho, la próxima presentación que hagas voy exclusivamente a escucharte a ti y luego me largo (salvo si merce la pena, claro). Abrazo

Francisco Flecha dijo...

Gracias Gus. Un abrazo.