El color de las hayas
Epigmenio Rodríguez
Cuando
Ulises llegó, por fin, a Itaca, una tarde cualquiera, hacia la mitad de aquel
otoño, os lo puedo jurar (o, al menos, estoy casi seguro) que no fue el vuelo
febril de los vencejos, ni las higueras de los huertos del camino, ni las
cabriolas zalameras del perro a su llegada lo que le hicieron sentir que había
llegado, por fin, al cobijo amoroso de la patria (Que no es verdad que la patria verdadera sea
el territorio de la infancia).
Y
ni siquiera el reencontrarse de nuevo con los paisajes que habían ido
alimentando la nostalgia en todos esos años de ausencias y penurias (Que no es verdad, como a veces quieren los
poetas que veneramos en este nuestro parnasillo provinciano, que la verdadera
patria sea el territorio que repuebla la memoria).
Cuando
Ulises llegó, por fin, a Itaca, una tarde cualquiera, hacia la mitad de aquel
otoño y se encontró con los demonios familiares, cuando bajó, por fin, a los
infiernos y entró de nuevo en el campo de batalla donde se enfrentan desde
siempre, en lucha encarnizada, las fuerzas primigenias de la vida y el amor y
la muerte y el odio y la fuerza de la sangre y el destino y la pasión y la
venganza…entonces, sólo entonces, supo que había llegado, por fin, a la patria.
Es
más. Que a pesar de los viajes, los peligros, los mares recorridos, esa patria
primigenia siempre le había acompañado.
Que
la patria que os digo no es un lugar al que se pueda volver de retirada, sino
la lucha interior que lidiamos donde vamos, que configura lo que somos, las
cicatrices que nos quedan y la mirada piadosa, casi tierna, que nos provoca la
miseria y la derrota.
Bueno,
pues después de todo esto, de esta larga parrafada, tal vez haya conseguido que
alguno de vosotros esté ya pensando que a qué viene todo esto y que qué tiene
que ver con Epigmenio y su novela.
No
os preocupéis, que voy a ello.
Cuando
empiezo a leer la novela de alguien que conozco, lo confieso, me pierde, al
principio, pretender encontrar en ella alguna pista de aquello que yo espero.
Y
me digo: Epigmenio, como Ulises,
guerrero que ha hecho frente a mil batallas y de las que guarda el recuerdo y
más de una cicatriz, seguramente, quiere volver de nuevo a casa como aquellos
transterrados que tienen como prisa en
anudar el cordón umbilical que les une a una tierra y a una gente que reconocen
como propia.
Y
leo lo que se dice de él en la solapa:
Epigmenio Rodríguez nació en Taranilla (León) en 1953. Maestro, economista y MBA, ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a la educación, tanto en España como en el extranjero. Ha sido profesor, director de centros educativos y asesor del Ministerio de Educación.También ha trabajado como consultor en proyectos de cooperación internacional. Fue minero en su juventud y (de lo que se siente más orgulloso) trabajó ayudando a sus padres en el campo y con el ganado desde tan temprana edad como es capaz de recordar.En 2007 escribió y dirigió Las becicletas, una película de corto metraje.En 2010 publicó LEÓN SIN PRISA (I), primer volumen de un libro de viajes por la provincia de León.En 2011 publicó el segundo, LEÓN SIN PRISA (II).EL COLOR DE LAS HAYAS es su primera novela, y también la primera de la trilogía DE INFERNIS.
Y
me preparo para una novela nostálgica de aire rural y veo a Braulio subido en
su tractor “atravesando la brevedad de la Loma y empezando a subir lentamente por el camino
del Cueto y contemplo con él el ocre austero de los robles, la sinfonía de
color de las hayas con todos los tonos del amarillo al rojo y, aquí y allá, un
armagón, un cerezo silvestre, un mostajo, un fresno…”
Y
me dejo encandilar porque, a pesar de las corrientes de la moda, me encantan las
historias rurales de estas tierras. Que
nunca he comprendido por qué escribir sobre Arcahueja es más criticable y
provinciano que escribir sobre Comala, Macondo o East Aurora.
Y
me equivoco, de nuevo. Que por debajo de
esta visión bucólica de campos bañados por las luces suaves del ocaso, en
contraste radical y extremadamente sugerente con el ritual casi etnográfico de
la feria de ganado, de las carreras y el baile vermú en el día de la fiesta se
está librando, por debajo, en el eterno campo de batalla la lucha encarnizada
entre las fuerzas primigenias de la vida
y el amor y la muerte y el odio y la fuerza de la sangre y el destino y la
pasión y la venganza…
Y
uno se da cuenta, justo a tiempo, que Epigmenio, como Ulises, ha querido bajar
a los infiernos y descubrir que están aquí y ahora, entre nosotros, que son la
masa con la que vamos resultando lo que somos (supervivientes o vencidos), que
la eterna pelea primigenia se da en todos los ambientes, por íntimos que sean,
por pequeños, aislados, familiares… y que la lucha siempre se enfrenta en
solitario.
Y
construye con ello una novela ejemplar, plagada de matices, con la fuerza de
las grandes tragedias que han sido referencia de vida y de cultura en todas las orillas de este mar que venimos recorriendo
desde los tiempos de Ulises, por lo menos.
León, 29 de Abril del 2013
Francisco Flecha
Francisco Flecha
2 comentarios:
Lo dicho, la próxima presentación que hagas voy exclusivamente a escucharte a ti y luego me largo (salvo si merce la pena, claro). Abrazo
Gracias Gus. Un abrazo.
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