sábado, 23 de febrero de 2013

La opinión autorizada


El Padre Alipio de Villalpando, archivero mayor y Censor de la Orden, unía a un extremado rigor intelectual una altanería orgullosa y despectiva con la que se había ganado, con toda justicia, la sorda inquina de sus hermanos de religión y aquella definición con la que resumían sus méritos y carácter diciendo de él que era una "docta bestia de las que muerden con la boca cerrada".

De la exactitud de todo ello daba cuenta lo ocurrido el día en que el cura de La Cándana (que sobrevivía a las largas nevadas del invierno escribiendo inocentes e insufribles tratados sobre las penas y castigos del infierno) le presentó lo que dijo ser su último libro:

- ¿Su último libro, me dice ud., don Julián? ¿Me lo jura?

Don Julián, inocentón, pensó que, tal vez, había habido algún malentendido.


No hay comentarios: