domingo, 30 de septiembre de 2012

La montaña


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En el principio, el profeta acudía a la montaña puntualmente, como un acto exigido, natural y rutinario.  Nunca se supo la utilidad de aquel acto ritual, pero así estaba escrito. Y eso solo era bastante.

Con el tiempo se fue instalando en la molicie, en el disfrute de objetivos alcanzados, en el despacho silencioso de la curia, de la empresa, del cargo o la alcaldía, en las cuestiones internas de la iglesia, fortalecida e instalada.

Y olvidó las antiguas exigencias peregrinas.

Pero resultó que lo que estaba escrito, al final, vino a cumplirse y una mañana, después del mediodía, la montaña bajó hasta el profeta, como una ola embravecida y arrasó cuanto encontró a su paso: palacios, iglesias, curias, despachos, alcaldías y oficinas.

Por eso, no debe equivocarse el sentido de aquel dicho: la advertencia de que la montaña viene a Mahoma, si Mahoma no va a la montaña, no tiene nada que ver con la reconciliación, sino con la venganza, la justicia o el despecho del olvido.


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