Una mañana, nos regalaron un conejo de indias.
Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
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1 comentario:
Pues mi admirado Don Galeano,su conejito no es que temiera la Libertad.Es que el pobre no tenía sacada la cuenta de los barrotes de la jaula y en eso estaba!
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