lunes, 9 de julio de 2012

Tere Chacón

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Cuando se veía reflejada en el espejo en el ritual cotidiano del Rimmel y el maquillaje, Tere Chacón sentía una confortable sensación de "sentirse a gusto en su piel".


Había superado ampliamente aquella edad tonta en que una hace locuras por amores y había entrado en esa etapa de la vida en la que todavía no son escandalosos los desperfectos de la chapa y la pintura y el proceso de restauración sólo exige pequeños retoques: un maquillaje generoso, un rifirrafe de laca y algún brochazo aquí y allá.


Bueno, sin olvidar los masajes, la sauna y el Pilates donde Aitana, el cafetito de la tarde en los salones del Quindós, las partiditas del Bridge y la Canasta los jueves del Aero y, eso sí, los viajecitos que no falten: en otoño al balneario, en primavera, algún circuito corto por esas ciudades tan monas europeas (Viena-Praga-Budapest, un suponer) y en verano, como siempre, al Sardinero (en Julio o en Septiembre, que en Agosto se llena de paletos).


Con todo esto, apenas recordaba que allá, cuando era joven, había estado casada. Fue una tontuna, la verdad: ella recién terminados los estudios de Contabilidad en la Escuela Pericial y él un guapo mozo que conoció una tarde de jueves en el baile del Club Radio y que la encandiló con su planta agitanada y su presentación como industrial hostelero. Después resultó que era un bar lo que tenía en el barrio San Esteban.


En fin, se veía venir desde el principio. Aquello duró lo que dura un desengaño. Pongamos que año y medio que, la verdad, ya casi ni me acuerdo.


Por eso, cuendo en aquellas tertulias femeninas de la tarde, alguien comenzaba a quejarse de las cosas de los hombres, de la esclavitud de la casa, de la cadena perpetua que venía a ser el matrimonio, ella se mantenía como ausente y sólo acertaba a decir, como una excusa:
-Yo, hijas, del matrimonio no puedo hablar, porque como me salió mal...


Y después de un momento de silencio, como quien hace un balance improvisado y como en una consideración para ella sola, entre dientes, remataba:


-¡Aunque si me sale bien, me amuela!.




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