lunes, 30 de julio de 2012

El homenaje

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Estaban todos, la verdad: Joaquín, rodeado de todos sus becarios, orondo como un pavo real, diciendo las mismas estupideces de siempre y riendo, él solo, como siempre, de sus propias tonterías, que siempre había sido el público más agradecido de sus chistes de marquesas;  Encarna, al lado de Cipriano, mirándole con aquella forma de embeleso que podría parecerle sinceramente pasional a quien no supiera, como él, que detrás de aquella entrega admirativa, se escondía  el propósito interesado de sacarle, también, de la bragueta su apoyo en la próxima RPT para el puesto de Jefa de Sección; Pérez Sotomayor, que se aplicaba al lechazo con el mismo entusiasmo que había puesto en ir trepando a fuerza de codazos; Mari Paz, que nunca se sentaba al lado de Enrique, su marido, en los Consejos, diciendo en voz alta, como venganza o amenaza, aquello de que " del amo y el mulo, mientras más lejos más seguro";  Nati, que, ya ves, a pesar de los años, seguía estando resultona y ella lo sabía.  Y el tonto de Bernardo.


Estaban todos, la verdad, que no faltaba nadie.  Y él, Herminio Torices Villafañe, que había llegado a este momento después de 45 años detrás de la ciclostil (cuando existía) y de la fotocopiadora cuando pusieron la Rank Xerox.  Cuarenta y cinco años, que se dicen bien y pronto.


- Herminio, 20 copias.  Me las encuadernas y las subes rapidito que tienen que salir esta mañana.


Cuarenta y cinco años de verles a todos pasar hablando entre ellos sin fijarse en su presencia, como si fuera transparente.  Ni un solo "¿Cómo estás, Herminio?, ni siquiera "Buenos días", ni "¿Qué tal las vacaciones?" o simplemente "joder, que frío hace esta mañana".


Nada, ya te digo, como si fuera transparente.  Las penas, las alegrías y hasta esas cosas tontorronas de la puta rutina cotidiana, se las tragaba a solas, día tras día.


Sólo órdenes concretas:


- Te dije que en A3 y por las dos caras.  Joder, Herminio y para esto toda la mañana.


Pero hoy estaban todos, la verdad, que no faltaba nadie.  Hablando de sus cosas, como siempre.  Y él, sentado allí en la presidencia, al lado de Don Emilio, pero como si fuera transparente.


El caso es que el tarjetón lo decía claramente:


Restaurante El Racimo de Oro
Especialidad en Asados
Comida Homenaje a
Herminio Torices Villafañe
con motivo de su jubilación
Dirección Provincial de Educación

A los postres, cuando empezaban a servir ya los cafés, tomó la palabra, por su cuenta, Don Emilio.  Habló un poco de sí mismo, otro poco de la Dirección Provincial, que era, para él, una auténtica familia, bastante de sus éxitos de gestión y, sólo al final, como para justificar la presencia de Herminio aquí a su lado:

-Y ya veis.  Después de todo esto, el bueno de Herminio, que se nos va.


Hubo unos aplausos rutinarios, mientras Encarna  seguía su charla acaramelada con Cipriano, Joaquín contaba, por milésima vez el chiste de la Marquesa y Pérez Sotomayor chupeteaba las chuletillas con la misma fruición que hubiera empleado en chuparle cualquier cosa al Consejero.


Y, de repente, como había estado temiendo desde que le anunciaron la comida, Porfirio, el conserje, con la autoridad que le daba el ser Guardia Civil en la reserva, lo dijo como una órden:


- ¡Que hable Herminio!


Sintió, de pronto, unas ganas casi irresistibles de decir aquello que tantas veces había rumiado, sacarse aquella espina emponzoñada, compensar tantos años  de silencios displicentes.


Se puso en pie, abotonándose lentamente la chaqueta como para darse tiempo de poner en orden palabras y pensamientos.
Pero, al verles allí a todos (porque estaban todos, la verdad) le dió cierta cosa, como pena, porque, si vas a ver, ésta era la primera vez que parecían pedirle que dijera algo.


Y mintió.


- Sabeis que soy corto de palabras, así que ¿qué voy a decir?, que muchas gracias por venir, que os echaré mucho de menos y que, como siempre, a vuestras órdenes.


Hubo unos aplausos rutinarios, mientras Encarna  seguía su charla acaramelada con Cipriano, Joaquín contaba, por milésima vez el chiste de la Marquesa y Pérez Sotomayor chupeteaba las chuletillas con la misma fruición que hubiera empleado en chuparle cualquier cosa al Consejero.

Y mintió.  Y se sorprendió por igual de lo fácil que resultaba mentir y de lo poco que a los demás les importaba.




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