miércoles, 30 de mayo de 2012

Vestido con plumas ajenas

Manuel Jular, Paisaje leonés, 1964


JUAN MIGUEL ALONSO VEGA


El pueblo es una miseria de una docena de casas acosadas por la ruina.  Muros de adobe que se rinden al embate del tiempo y el abandono.  Tierra horadada por bodegas que un día produjeron vino.  El esqueleto de un palomar sin palomas.  Cuatro viviendas de nueva planta: ladrillo visto y ventanas metálicas en la calle mayor que apenas pueden dulcificar la visión de este universo moribundo.  Calles sin asfaltar desde la entrada del pueblo, donde la carretera muere al borde de una pequeña presa.  En las afueras se levantan  dos o tres naves ganaderas: bloques dde cemento y uralita que esconden la fortuna de los pocos que aún resisten a irse, a abandonar.  Vacas, orondas vacas que mugen discontinuamente.  En su música de rumiantes hay algo también de miserere, de música fúnebre, mugen a muerto.

Entre la devastación de estas calees sin alma, al paso silenciado del coche, surgen, como fantasmas de Comala, sombras que brotan de las casas, mujeres de negro, campesinos de manos superlativas que cierran tras de sí portones de madera carcomida donde un perro encerrado ladra.



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