Pequeñas historias de un reino que dicen que existió por estos valles cuando los osos cazaban a los reyes en justa represalia a sus ballestas y que, tras largos y gloriosos años de rencillas cazurras entre hermanos, cuchilladas certeras entre abades y fieros mordiscos silenciosos y canallas se ha ido acurrucando entre aquello que queda de dos rios y donde sueña enfebrecido, todavía, agitando la bandera, algún caudillo.
sábado, 8 de octubre de 2011
Educando a Tarzán (11)
.
Versión narrada
Educando a Tarzán (11)
Versión escrita
Habían pasado ya diez días de un llover continuo y torrencial sobre la selva. Días y días de una lluvia feroz y primitiva. Del ambiente fresco y perfumado de la primera llovizna se había pasado a la pesada sensación de la penumbra permanente y el martilleo constante del agua sobre las hojas.
Tal vez todo ello, o la obligada inactividad en el refugio, habían provocado en Tarzán un estado de febril melancolía que le empujaba a escribir larguísimos y lánguidos poemas de penas y de ausencias, excesivos en la forma y escasos en el fondo.
Chita leía, indulgente, los poemas del pupilo y, escogiendo las palabras para no herir sus sentimientos, aunque sin renunciar, al mismo tempo, a la tarea educativa que se había impuesto, le advirtió, doctrinal y cariñosa:
- Convéncete, Tarzán, hijo: en la literatura, como en el sexo, el exceso y el tamaño no mejoran, necesariamente, el resultado.
.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario