sábado, 30 de abril de 2011

Mucho más que dos boinas




Versión narrada
Mucho más que dos boinas

Versión escrita
El Padre Laurentino, jesuita octogenario que, como os he dicho, se había pasado la vida, desde mozo, revolviendo los archivos del Cabildo, además de ese tesón investigador y de algunos placeres confesables (como la atracción casi obsesiva que sentía por las natillas y el anís) era un ferviente defensor de las teorías roussonianas sobre la bondad originaria y radical del ser humano, cosa que daba a su persona una especie de halo de bondadosa ingenuidad.


Por eso le resultaba insoportable la visión del cuadro de Goya "Duelo a garrotazos", verdadero y, al parecer, incuestionable testimonio de una violencia extrema, irracional, feroz y primitiva del ser humano, infinitamente más impactante que aquellos otros cuadros de toros, perros, ciervos o gallos combatiendo.


Sólo conseguía explicarlo como uno de aquellos excesos del pintor, pretendiendo un irreal y dramático arquetipo de enfrentamientos pueblerinos.  En fin, no más real que aquel otro de "Saturno devorando a sus hijos", por ejemplo.


Sin embargo, siempre le quedaba, al pensarlo, un resquemor inevitable.


Pero el tiempo termina premiando a los tenaces y todo pareció alcanzar el punto justo y su medida cuando el Deán Don Emeterio, del Cabildo Metropolitano de Zaragoza y compañero suyo de Comillas, le envió copia de una carta encontrada en el Pilar y que, al parecer, le fue enviada a Goya, cuando pintaba las bóvedas, por algún pariente de Fuentetodos y en la que, puntualmente, relataba un conflicto entre dos vecinos conocidos y que, mira tu por dónde, pudo ser la inspiración de aquel cuadro terrorífico.  Terrorífico y exagerado, que eso sí que parecía ahora quedar claro.


Resultó ser, según decía la carta, que Julián el Garabito y Pedro el de Morrones se habían enzarzado una tarde del verano por la cosa del agua para el riego (que ya canta Labordeta lo que es eso del agua en verano y Aragón).  Y así, entre "emburriones" y amenazas con la azada, se vieron metidos, sin apenas darse cuenta,  en mitad del reguero hasta las ancas.  Y esquivando los golpes, ya ves tú, se les cayeron las boinas al reguero.


(Y aquí, por mayor entendimiento, debo decir que un paisano despojado de su boina siente el mismo vértigo y sensación de desnudez que un canónigo en calzoncillos en medio de una plaza.


Así pues, se apresuraron en silencio a recoger las boinas del reguero.  Se las pusieron y, en pleno desconcierto, se fue cada uno por su lado y no hubo nada.


Pero no había pasado media hora y Julián llamó donde Pedro con la cacha.


-¡Pedro!.
-¿Qué hostias pasa?
- Que llevamos las gorras cambiadas.


.

3 comentarios:

Luis Ángel Díez Lazo dijo...

Y no es cuestión de renunciar a los enemigos de toda la vida por un quítame allá esas boinas.
Salud

Francisco Flecha dijo...

A los enemigos, no; pero a la gorra, mucho menos.
Salud

Vergónides de Coock dijo...

NO HAY QUE RENUNCIAR, NUNCA.