domingo, 20 de junio de 2010

El vendedor de prodigios

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En todos los oficios, por sencillos que parezcan (que vienen a ser, si lo piensas con despego, todos aquellos que nos resultan ajenos), siempre hay una cierta aristocracia. Alguien que consigue sobresalir y encandilar hasta convertirse en el modelo vivo del oficio.

Podría ser Cagancho, el peluquero del Barrio San Esteban; la Cabiria del Barranco;Genarín, el pellejero; Lamparilla, el del Diario; Don Filemón, el cura cabezón y periodista; Ataúlfo y sus pancartas...

Y así hasta completar el inmenso santoral de este reino canalla y callejero.

Pero, sobre todo, Valdivia.

Valdivia (que nunca llegó a saberse su nombre o procedencia) llegaba cada año con la tardía primavera a la Plaza las Palomas, montaba su frágil tenderete y comenzaba la fiesta.

Hablaba mejor que un arcediano, embelesaba con historias, promesas y regalos de peines y peinetas para vender, al final, cualquier cosa milagrosa y sorprendente, recién importada por él mismo, en exclusiva, de afamados laboratorios de Wisconsin y Oklahoma.

Repitiendo, según digo, esta liturgia anual, llegó a la capital una vez más por la Pascua Florida de aquel año y, como toda novedad, se colocó a la entrada de la Casa de Botines por aprovechar el telón estatuario que le ofrecía la imagen del San Jorge arremetiendo (con la solemnidad y la calma que da la piedra a las estatuas) contra un dragón representado con hechuras de caimán o cocodrilo, que al narrador se le escapan tan sutiles diferencias.

Traía de regalo para todo aquel que lo quisiera, como asombrosa novedad, importado de la China milenaria, un poderoso producto, en forma de lata de polvos amarillos que, esparcidos cada noche a la entrada de las casas, evitaba el ataque nocturno de dragones y alimañas.

- ¡Pero si hace miles de años que no se ha visto un dragón por estas tierras!
- Ahí tienen, señoras y señores, una prueba irrefutable de la espectacular eficacia de estos polvos.


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10 comentarios:

alma dijo...

Me encanta, me recuerda al charlatan que vendía el tónico que le quitaba a los hombres el apetito por la pecaminosa costumbre onanista y aseguraba devolver el dinero en caso de que el tónico no fuera eficiente siempre y cuando aquel al que no le probase el remedio le enviara una carta firmada por el alcalde y cura del pueblo y la esposa del fulano donde dijera que el pecador en cuestión seguía pecando mucho bien.

Me ha dado penita y todo...Pobre Ataúlfo

Un abrazo, Francisco.

Francisco Flecha dijo...

Me alegro, almalaire, que te haya gustado. Lo de tu charlatán también es un cuento como dios manda
Saludos

Anónimo dijo...

Tantos trabajos y esfuerzos, y el pobre San Jorge sin conocer esos polvos. Desde luego, lo que venden los chinos es maravilla. Y por cuatro perras.
Saludos

Francisco Flecha dijo...

los otros polvos, ni se sabe.
Saludos, Alberto

Manoli dijo...

Cuando entro en este blog y leo, me siento bien, por la paz que se respira, la inteligencia, lo bien escrito que está y lo bien que nos ilustra. Bueno, que con pequeñas historias se puede hacer un lugar agradable.

Los charlatanes que vendían artilugios dan para mucha literatura. Ahora son más refinados, pero en el fondo la técnica es la misma. Ahora se le llama marketing, hay estudios de mercado, publicidad subliminal; pero en el fondo los charlatanes lo sabían sin haber estudiado.

Gracias y saludos.

Manoli dijo...

Cuando entro en este blog me invade una sensación de paz, por el tono de los escritos, la inteligencia y el respeto y cuidado con el que están escritos.

El tema de los charlatanes da para mucha literatura. Ahora son más refinados, usan otras herramientas, marketing, estudios de mercado, publicidad subliminal y otras sofisticaciones. Ellos ya conocían muchas técnicas de forma intuitiva, al conocer el alma humana y sus debilidades.

Gracias y un saludo.

Francisco Flecha dijo...

Gracias, Manoli, por la visita y el comentario.
Saludos

AlbertoJJMM dijo...

Don Francisco... Casualmente en un viaje con mi padre esta mañana por estas tierras de León, salió el personaje del que habla. Siempre oí hablar de "El charlatán", como apodo, pero hoy le llamó por el nombre. Mi padre y mi abuelo cazaron con él, con Valdivia, todos los domingos durante 18 años, entre los 60 y los 70, en los campos de este reino menguante. Mi padre lamentaba hoy que era el único que quedaba de aquel grupo de 5 personas del que él era el más joven, mientras yo le hice saber de esta historia, no con poca ilusión. Un placer, don Francisco.

PD: Sé su nombre, su procedencia, y dónde vivía. Pero no le voy a estropear más a usted el cuento. Un abrazo.

Francisco Flecha dijo...

Amigo Alberto: a los cuentos nunca les estropea la realidad (en el caso de que eso que llamamos realidad no sea otra cosa que un cuento muy elaborado). Lo bueno del cuentista es que cuenta los cuentos como si fueran historia y la historia como si fueran cuentos. Lo que haya de verdad y de cuento en este vendedor de prodigios tendrían que decidirlo el Valdivia del cuento y el valdivia cazador.

Tal vez algún día le pida al narrador que procure un encuentro entre los dos. No sé si lo conseguiré, que el narrador es muy suyo y cabezón.
Un abrazo

Kapizán dijo...

A esos vendedores de prodigios en Colombia los llamamos culebreros. Suelen ser unos personajes muy locuaces que atraen al su público con una caja de madera en cuyo interior llevan una culebra cascabel(normalmente sin colmillos lo que la convierte en inocua).Maravilloso cuento. Un abrazo,
Kapizán