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El Obispo Juan de Guzmán mandó construir este palacio no tanto para vivir como para pasmo de sus rivales los Quiñones y, en general. de todos los paisanos. Por aquí pasaban, cuando estaba, a rendirle vasallaje, los abades de los conventos de los que era benefactor, los capellanes de los curatos de su estado, las Madres Carbajalas en súplica de limosnas para tapar las goteras del tejado, las doncellas acomodadas en busca de consejo y las barraganas a lo suyo y a la cosa del oficio.
Y así pasaba el día: por las mañanas, murmullos de las visitas que esperaban en el patio; por la tarde, el silencio amodorrado de una siesta interminable y el bisbiseo de unos rezos; por la noche, algunas carreras y unas risas sofocadas por la zona de cocinas y bodegas.
Todo normal y recoleto, como corresponde a la casa y al linaje. Hasta que ocurrió lo innombrable en aquella larga noche de febrero. Alguien quiso recordar haber oído algo como el ruido de un caldero golpeando en las paredes del pozo que ocupa, como un ojo, el centro del patio palaciego.
Pero nadie se explicó de dónde había salido aquella mujer que apareció muerta y colgada en la cadena del pozo, desnuda y con claras señales de embarazo.
Se tapó, como se pudo, el macabro hallazgo y los rumores del vulgo. Tardó el obispo en volver por el palacio varios años y el poder y la rutina hicieron que nadie mencionara nunca más lo sucedido.
Son, estos que vivimos, otros tiempos y ya nadie está para estos cuentos. El palacio se dedica hoy al gobierno provincial y no guarda más misterios que los que expliquen por qué tienen mayores subvenciones los pueblos gobernados por alcaldes del partido que gobierna en el palacio.
Pero, hace unos días, el guarda de seguridad que hizo el servicio de noche dejó escrito, como informe:
"Sin novedad. Se oyeron, eso si, una especie de ruidos en el patio, digamos en el pozo, que sonaban algo así como un niño llorando. En mi opinión, no era nada. Tal vez, tan sólo un gato".
4 comentarios:
No es poco misterio el de las subvenciones de los alcaldes no, y no digamos nada de las palabras de la presidenta que tienden a incrementar el precio del pan cada vez que se hacen públicas...pero lo del gato son palabras mayores.
Me encantó la historia, Francisco, es digna el escenario :)
Un abrazo
Dicen, Almalaire, que, cuando aquel obispón estaba construyendo el palacio, alguien le dijo a Felipe II que, para la rejería, se estaban empleando no sé cuantos carros de hierro y, dicen también, que el rey tristón contestó "Demasiado yerro para un obispo".
Hoy habría que decir "demasiadas cortinas para una presidenta".
Abrazos
Especialmente esta entrada, don Francisco, me ha dejado sin palabras, y ya llevo un rato largo en silencio.
Amigo Alberto: Eso que te pasa no es, seguramente, producto de esta entrada, sino del puro relax de las vacaciones.
Un abrazo, profesor
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