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Aquella "tristura" le acometió de repente. Fue una mezcla de flojera y de temor que le impedía enfrentase a la rutina cotidiana. Hasta levantarse de la cama se le presentaba como un acto de heroísmo insuperable. Le dijeron que era una especie de Depresión Endógena. Así lo llamaron. Pero no sé si los de casa llegaron a darle la consideración de enfermo o si lo tomaron como una ventolera caprichosa.
-"Flojera, puta flojera", decía su padre, orgulloso de haber sobrevivido a las miserias de posguerra.
-"Esta gente, que no ha tenido privaciones, que todo les ha venido antes de tiempo y a la mano no aguantan ni un estornudo. A la mina les mandaba yo a estos, con un cacho de hogaza y de tocino, a trabajar catorce horas y ya verías si acababan con todas estas mariconadas".
La madre lo tomó de otra manera: consideró que aquello, seguramente, era sólo que se le había apoderado la anemia por culpa de aquellos comistrajos que hacía últimamente y que esto lo curaba ella en un pis-pas con filetes de higado encebollado, vino quinado con dos yemas a eso del mediodía y buenos platos de lentejas con chorizo.
Pero pasó el tiempo y no fueron suficientes ni las arengas del padre ni los ponches de la madre.
Tuvieron que poner al chico en manos de un profesional. El Dr. Juan Augusto Rodríguez de Gualtari que. según les dijo con aquella voz profunda y melodiosa como un tango, casos mucho más desesperados había sacado él adelante en las lejanas tierras de su origen, aplicando las técnicas más novedosas de la moderna psiquiatría. Estaba en situación de asegurarles, por su honor, una rápida y total curación.
Y cumplió. Vaya si cumplió. Al menos en la parte sustancial, pues rápida, lo que se dice rápida, no fue. Fueron casi dos años de sesiones semanales, al principio, quincenales, después, a 100 Euros por sesión (que ya empezaban a pesar) sin notar ninguna mejoría.
Pero cuando ya casi habían perdido la esperanza, se produjo el milagro.
Una tarde, sería por abril, después de tres cuartos de hora tumbado en el diván, relatando los miedos y traumas de la infancia, cuando Ramiro se volvió a preguntar al Doctor si le entendía y descubrió que el experto dormía plácidamente recostado en su butaca, milagrosamente, se curó de inmediato.
6 comentarios:
Benditas lentejas... la de milagros que han hecho y harán siempre.
Un abrazo, Irma.-
Gracias Irma, por la visita ye el comentario.
Saludos
:D
Mano de santo, oye, tampoco le ibana a quitar el sueño las tribulaciones de los pacientes ...
Abrazos, Francisco
Y el hablar con voz de tango, que también cansa lo suyo.
Saludos, almalaire.
Hola!
Te agregué a la lista de blogs que sigo. Muy interesantes tus escritos, sigue adelante!
Mi blog es: www.reflexiones-irreverentes.blogspot.com
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Saludos.
Por lo menos no hacía como esos dentistas que tienen varias salas simultáneas, —estaría bueno dejar al paciente hablando a solas, o poniéndole un maniquí. Poniendo el cuerpo (y la mano) ya hacía algo, el hombre.
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