domingo, 8 de noviembre de 2009

En la escalera

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Las cosas, a veces, se enredan que es el demonio.

Porque lo cierto es que Mateo, desde que estaba casado (hombre, de joven alguna armó, como todos, supongo), no había vuelto a mirar a ninguna mujer, quitando la propia y algún tonteo en el bar en aquella actividad un poco infantil que él llamaba “hipnotizar gallinas” y que consistía en una especie de esgrima con medias palabras y miradas que no conducían a nada.

Después de muchos años había aprendido que, al menos por tener la fiesta en paz, lo más cómodo era no jugar con fuego. Empiezas por tonteos y, al final, la cagas, decía sentencioso a sus amigos, entre cañas.

Pero, aquella vez, todo ocurrió de forma tan imprevista y sin mediar intención alguna por su parte, que hasta él mismo tuvo la sensación de verse envuelto en todo ello por alguna mala jugada del destino.

Fue un día cualquiera de noviembre. Después de una jornada de trabajo como todas. Estaba a punto de irse a dormir a la misma hora de siempre. Entró en la cocina para tomarse la pastilla con su sorbo de agua, como hacía cada noche.

La única diferencia, tal vez, era que, a mediodía, habían comido pescado. Y ya se sabe: no hay cosa más apestosa que una bolsa de basura con restos de pescado.

Se armó de valor, ató la bolsa de basura y comentó, por no asustar:

- Voy a bajar la basura. Subo ahora.

El jodido ascensor tampoco esta noche funcionaba. Casa de mierda: cuando no era el ascensor, era el agua caliente, la cisterna, la puerta de la entrada, o todo junto.

A la altura del tercero salio ella, melosa como siempre, con la bata rosa palo que parecía insinuar sus ocultas desnudeces.

- Mateo, corazón, tengo un agobio horroroso: se me ha fundido una bombilla de la sala y yo no llego.

Y después: ay por Dios, muchas gracias. Lo que vale un hombre en casa. Tómate algo, anda, que no sabes cómo estoy de agradecida. Espera que traiga unas almendras. Y qué, ¿cómo tan suelto y a estas horas?

Bueno, ya se sabe: unas cosas llevaron a las otras; una risa a un coqueteo, un ay por Dios, estate quieto, unos jadeos, unas prisas, un silencio y un sofoco.

-Y ahora ¿cómo subo y le explico a la Angelina que en bajar la basura se me han hecho las tres de la mañana?

A lo hecho, pecho. Se armó de valor, se puso un bolígrafo a la oreja y le soltó, impasible, a la Angelina que esperaba nerviosa en el pasillo:

- Pues ya ves, Angelina. La vecina del tercero que si Mateo, corazón, que si tengo un agobio horroroso: que si se me ha fundido una bombilla de la sala y que no llego. Y después: que si ay por Dios, que muchas gracias. Que lo que vale un hombre en casa. Que tómate algo, anda, que no sabes cómo estoy de agradecida. Que espera que traiga unas almendras. Y que, cómo tan suelto y a estas horas… Y bueno, ya se sabe: unas cosas llevaron a las otras; una risa a un coqueteo, un ay por Dios, estate quieto, unos jadeos, unas prisas, un silencio y un sofoco.

Pero Angelina no era de las que se deja engañar tan fácilmente:

-Anda, anda, cacho bobo. Tú siempre con tus cosas. Vamos , anda, vamos a la cama. Como que no se te ve a la legua que vienes del bingo.


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4 comentarios:

Ricardo Chao Prieto dijo...

Ja, ja, qué bueno!!

Francisco Flecha dijo...

Amigo Chao: es un viejo chiste. Un poco adornado, pero chiste al fin. Lo que pasa en que en este filandón, como en los clásicos, vale todo. Sólo se pide que tenga alguna gracia y que sirva para pasar estas largas noches del invierno hasta que llegue el verano (si es que llega).
Como, por otra parte, no tengo aspiraciones (ni ganas) de ser citado en la Llionpedia, pues me dedico a estas pequeñas cosas en la lengua leonesa que hablaban mis abuelos
Saludos

Anónimo dijo...

Flecha,
Al menos Mateo volvió; porque el que fue a por tabaco, encima de no bajar la bolsa de la basura, hasta hoy.

Francisco Flecha dijo...

Ni el perro de la Primitiva
Saludos, Diego