domingo, 22 de marzo de 2009

Querido público, amables oyentes

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Don Jeremías Busmayor, entusiasta estudioso de la historia local, era un conferenciante de mucho ringorrango al que le gustaba comportarse en sus numerosas conferencias con la solemnidad y el buen tono de quien se dirige a públicos inmensos, a enormes multitudes, por escasa que fuese la audiencia

- Es que hablo para la historia . Sentenciaba.

Pero aquel día, cuando al comienzo de su charla, "Marcas de oficio en la plateria maragata del siglo XVII", se dirigió al único asistente, que esperaba, resignado, como un náufrago, en la fila 17 del salon de actos del Recreo Industrial, Sociedad Cultural y Deportiva, con la grandiosidad que acostumbraba ("Estimado público, señoras y señores...), Antolín, el relojero le interrumpió sorprendido y educado, como quien se resiste a creerse destinatario se semejantes tratamientos:

-Perdón, don Jeremías, ¿Se refiere usted a mí, por un acaso?

Don Jeremías recibió la pregunta como un enorme mazazo que le trajera de golpe a la  ingrata realidad y, a partir de ese momento, no fue capaz de dar pie con bola en la hora y media que duró su "breve intervención".

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha hecho experimentar algo ya olvidado: la sana envidia.Y de inmediato,se me clava la imagen de Jesus en el Monte de los Olivos, cuando dice:"Señor aparta de mí este caliz" ..
Cordiales saludos,Beatriz Basenji.

Francisco Flecha dijo...

Lo que me hace pensar, Beatriz, que para apartar los cálices tal vez lo mejor sea no ir al Monte de los Olivos. Por si acaso
Saludos

Cecilia de la Vega dijo...

Pobre Don Jeremías!... "Con lo fácil que es hacer feliz a la gente" dijera mi madre.
Un encanto de texto.

Saludos!

Francisco Flecha dijo...

Gracias, Quillén por la visita y el comentario.
Saludos

Francisco Flecha dijo...

Es cierto, Suel, que somos muy pocos los que no tenemos ni higiene ni moral, pero ¡Resistiremos!
Un abrazo