domingo, 3 de febrero de 2008

El vinatero de Avilés.

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Venía puntualmente por diciembre como un rito, llenó de historias y de vino, parlanchín y vividor, a contratar el vino nuevo en las bodegas, a aliviar con "La Gallega" los ardores del cuerpo en El Barranco y a rematar, más que nada, el último tino de escabeche de "El Benito".

Eran cuatro o cinco días en que Pepín se libraba del orvallo y de aquel cielo gris y espeso de humos y sirenas de Avilés y la Fani se libraba de Pepín, de aquellas largas noches de vino y de ronquidos, del "peor trabajo del día", como solía decir cuando subía a la alcoba cada noche, o de aquellas siestas del domingo cuando Pepín llamaba a gritos desde arriba y la Fani bajaba al poco rato, ajustándose el mandil:

-¿Abrasome, fiu, abrasome!

Pero esta vez habían pasado seis semanas desde que Pepín salió de casa.

Nunca había estado fuera tanto tiempo y la Fani empezaba a preocuparse porque este hombre no se cuida y ya le dijo el médico que la tensión y el vino podrían darle un susto, cualquier día.

Así se lo dijo por teléfono a Julián, el encargado de "Bodegas Valdevimbre", cuando llamó para preguntar si Pepín había pasado por allí.

- ¿No te preocupes, Fani, mujer, que se habrá entretenido por ahí, ya sabes cómo es!.

A la mañana siguiente, al mediodía, le vieron venir, enrojecido y satisfecho, como andando de perfil, como si aquella acera de la Calle de la Torre fuera demasiado estrecha para él.

-Anda, llama a la Fani, que la tienes contenta, ya verás.

Recompuso, como pudo, la figura y le dijo solemne a la parienta:

- Que no me esperes, Fani, que no me esperes: que he perdido el tren de ayer, de hoy y de mañana.

Fue aquel, según dijeron, un año extraordinario, con un vino fresco y afrutado, como pocos.

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