.
El profeta, harto de contemplar el espectáculo bochornoso de la infamia, se retiró al desierto como quien quiere escapar del espanto justiciero, de la última y definitiva destrucción a sangre y fuego.
Allí vivió cuarenta años dedicado al ayuno y a la oración, despojado de los lujos, del temor y la pasión. Curtido su espíritu y su cuerpo con los rigores extremos del desierto y la dieta exclusiva de lagartos y langostas.
Murió, al fin, en el desierto y vió cumplida en propia carne la antigua profecía de la definitiva y postrera destrucción universal.
Aunque sólo en él se cumplió la profecía.
Él, efectivamente, pereció pero los protagonistas y causantes del espectáculo bochornoso de la infamia, que (dicho sea de paso) enterraron con respeto y con alivio los restos del profeta, siguieron tan campantes con sus cosas, engordando (como suele ser frecuente) con las muertes y desgracias (provocadas) del vecino.
De cualquier modo, resultaba piadoso que el Viejo Habitante de los cielos le hubiera evitado al profeta la conciencia, postrera y dolorida, de pensar que se había equivocado.
.
2 comentarios:
Muy bueno el relato Francisco.
Hasta otra.
Gracias, Jorge por la visita (que ya se va haciendo habitual) y el halago.
Te añado a mis enlaces porque "yo canto mi canción a quien conmigo va"
Salud
Publicar un comentario