Con permiso de Favelis.
Tenía el abuelo, por entonces, los noventa; el brío de quien ha sobrevivido a tres posguerras, el temor de convertirse en viejo alguna vez y un corazón que andaba a saltos.
Por eso tuvieron que ponerle un marcapasos que tenía, al parecer, un serio inconveniente: había que cambiarle, por lo visto, la pila cada diez años.
Nos lo reprochó abiertamente, como si fuéramos culpables:
- ¡No me jodáis! ¿Cómo voy a estar toda la vida pendiente de semejante pejiguera?
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