miércoles, 21 de noviembre de 2007

Seguramente, un sueño.

Con permiso de Favelis.


Ya sé que, después de Calderón, cualquier recurso al sueño en la cosa ésta del narrar es considerado como un artificio pueril e inapropiado.

Pero ¿qué le voy a hacer si es verdad que lo soñé?. Pues sí, puedo jurar que la otra noche soñé que la calle estaba llena de trajes y zapatos caminando sin que nadie los vistiera. Pasaba a mi lado, casi rozándome, una gabardina con bufanda de la que sobresalía, por abajo, un pantalón de cheviot y unos zapatos casi nuevos y que hacía señales de saludo, con la manga, a otro bulto de ropa que pasaba y que no era nada más que unos zapatos de tacón con medias negras, una falda tableada de Burberrys y un sueter color beige que caminaban con prisa, llevando a su costado un chandal azul y rojo con zapatillas deportivas y que arrastraba un carrito con mochila incorporada.

Yo mismo, no era más que un traje gris marengo con chaleco, una camisa azul con rayas blancas y los zapatos negros con cordones que estrené para la boda.

Y por esta lógica inexplicable de los sueños, me pareció que había llegado, por fin, la ocasión que siempre había estado esperando desde niño de convertirme en invisible. Me quedé como Dios me trajo al mundo y, efectivamente, sólo quedó de mí un montón de ropa arrebujado, allí en el suelo.

Era, por fin, el dueño absoluto de mi cuerpo. Corrí, grité, salté, dí vueltas por el suelo con el alegre frenesí de estar estrenando un mundo nuevo.

Pero enseguida todo aquello explotó como una burbuja de jabón. No es que fuera invisible. Es que no no había nadie que mirara. Aquel mundo de ropa, de trajes, de vestidos era un mundo sin miradas.

Y entonces me dí cuenta: no puedes ser invisible si no hay nadie que mire el vacío en que te encuentras rodeado por las cosas. Si todo es vacío, resulta que no eres invisible. No eres nadie.

Desperté con la angustia de quien quiere reencontrarse después de una agobiante pesadilla, pero encontré que mi cama y mi pijama estaban ocupados por otro cuerpo que no era el mío y al que yo no conocía.