viernes, 9 de noviembre de 2007

El mercadillo de San Froilán

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Todo comenzó, un año más, la víspera de San Froilán. Desde hacía cuatro años se había venido imponiendo la moda del mercado medieval en las calles y plazas que rodean la Colegiata.

Una atracción agradable, con sus puestos de hierbas, de perfumes, de juguetes de madera y hojalata, echadoras de cartas, buhoneros, escribanos que te ponen tu nombre en letras árabes, pastelillos de almendras y piñones, malabares, zampoñeros y una recua de borricos para que los niños recorran el mercado.

Ya te digo: una atracción agradable por lo que tiene de novedoso y pasajero.

Al menos, eso es a lo que estábamos acostumbrados.

Pero este año no fue así. Y así os lo cuento.

Lo cierto es que las cosas fueron pasando poco a poco y apenas sin notarlo: desapareció primero "El Fornos" (el bar que hacía sólo unos meses que habían reabierto, restaurado), después fueron los semáforos, el asfalto de las calles, las aceras, las farolas, los coches, los anuncios de neón, el edificio de la Audiencia, el convento de las Siervas, el instituto de la plaza, el Colegio Leonés...

Sólo quedaron algunas casas bajitas, con huertos y con carros a la puerta, siguiendo un trazado irregular en este recinto cerrado de murallas y gentes, andando o a caballo, vestidos con jubones y con calzas, disfrutando de esta mañana soleada del otoño de este año del Señor de 1200 y contemplando, divertidos, el curioso espectáculo de este efímero "Mercado del Futuro" en el que algunos de nosotros, vestidos con disfraces de camisetas y vaqueros, ofrecemos a la venta juguetes de los chinos, novedades del "Top Manta", polos falsos de Lacoste y bolsos (casí auténticos) de Carolina Herrera.

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