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A veces, cuando Adán vuelve del trabajo con sus cien mil penalidades, recuerda vagamente aquellos días del Sol y de la holganza en los que la mayor ocupación (mira por dónde) era hacer el amor con la parienta y poner nombre a los bichos y a las plantas.
No puede remediarlo. Le sube una especie de rabia que nubla, incluso, la nostalgía y dice, como le sale del alma:
¡Y todo por una puta manzana!.
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