Silverio Berzosa, obispo de Mondoñedo, murió como un santo, una fría mañana de marzo.
Como perfecto gallego, había repartido su vida y su corazón entre una fe a toda prueba y unas dudas que le hacían preguntarse constantemente sobre cualquiera de aquellas afirmaciones por las que habría dado la vida sin pensarlo.
Por eso, al llegar ese día a la Gloria Celestial, se negó a entrar hasta que San Pablo le contestase a una cuestión fundamental:
-Oígame, señor San Pablo. Y digo yo: ¿Los Corintios? ¿Contestárosle o qué?
1 comentario:
...no tienes remedio... pero a mí me lo haces pasar muy bien. Y gracias
Publicar un comentario