sábado, 29 de octubre de 2016

El marinero varado





En las tardes de invierno, metidas en lluvia, varaba Mariano sus huesos (y los pocos recuerdos que, a veces, flotaban como cuadernas de un barco que hundió
la galerna) en la penumbra de la adega de kunka, en La Puebla.

Y, al calor de la estufa, se empeñaba en decir que sabe por experiencia que, en el mar que se esconde en las caracolas, hay caracolas gigantes en cuyo interior se escuchan las esquilas del ganado, las campanas de ermitas lejanas y los cantos de labrador de las altas parameras de Castela.

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