viernes, 1 de abril de 2016

Educando a Tarzán


El Fetichismo de la mercancía

Aquella mañana clara, después del eclipse, Chita, Tarzán y el resto de los monos jóvenes aprovecharon para la tan esperada exploración de primavera, que venía a ser una cosa paralela a las excursiones escolares de la aldea de los hombres.

La visita a las ruinas de la misión abandonada era siempre motivo de entusiasmo.  Siempre aparecía algún cachivache misterioso y capaz de hacer ruido: una campana, una cazuela, una tabla de lavar, una botella vacía de pacharán o de Anís de la Asturiana.

En un cajón abandonado en un rincón, Tarzán descubrió algunos libros polvorientos.  Buscando una explicación se acercó a Chita con uno de aquellos objetos misteriosos.

Mientras lo ojeaba, Chita le explicó a su pupilo:

-Mira, Tarzán, hijo, en la aldea de los hombres hay monos que veneran estas cosas alabando el olor, la textura o la belleza del objeto.  Y es algo que no entiendo.  Que no me parece superior su olor, su textura o su belleza a la de una banana, a la de un mango bien maduro o a la de cualquiera de las frutas de la jungla que huelen bien y, además, saben a gloria.  Lo único que tiene sentido de esta cosa (y por lo que debe ser venerada, en todo caso) es por las cosas que nos cuenta.

Que los libros, Tarzán, hijo, mucho más que el salón, amueblan la cabeza.



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