Pequeñas historias de un reino que dicen que existió por estos valles cuando los osos cazaban a los reyes en justa represalia a sus ballestas y que, tras largos y gloriosos años de rencillas cazurras entre hermanos, cuchilladas certeras entre abades y fieros mordiscos silenciosos y canallas se ha ido acurrucando entre aquello que queda de dos rios y donde sueña enfebrecido, todavía, agitando la bandera, algún caudillo.
martes, 30 de septiembre de 2014
Aquellos inviernos del frente
Las guerras, ya se sabe, además de los muertos (que para eso fueron hechas, para matarse como perros) tienen algún otro serio inconveniente: que una vez que comienzan no hay fuerza que las pare. Todas ellas parece que van a durar solamente la primavera o el otoño (porque a nadie se le ocurre empezar una guerra o una revolución como Dios manda, con los calores del verano o con los frios del invierno). Pero, a la menor, te descuidas y no hay guerra que dure menos de tres años.
Que eso mismo pasó con la de aquí. Parecía que iba a ser un golpe de estado fulminante y, sin embargo, una vez comenzada, las cosas se fueron alargando.
Y llegaron los fríos a estas altas parameras (Y cuando digo frío, digo frío de caerse las orejas) Y hubo que recurrir a abrigar a la tropa, que se helaba. (A la tropa del bando levantisco, que a los otros les tocaba esconderse entre las peñas, como ratas). Y encargaron a las monjas de Carrión 5.000 calzoncillos marianos defelpa para el frente.
Cumplieron las monjas, lo mejor que supieron, el encargo. Y llegaron al frente las mudas, como si fuera el aguinaldo, calientes y confortables. Pero algunos se quejaron. Al parecer estaban bien de hechura, de tiro y de largo, pero habían olvidado la cosa esencial de la bragueta.
Al decírselo a las monjas, cuando aquellas preguntaron, la explicación resultó inocentemente lógica:
- Ay por Dios, pues que perdonen, pero es que nosotras creiamos que los soldados del frente eran gente soltera.
Y claro, así, ya me dirán, se explica todo.
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1 comentario:
Absolutamente.
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