viernes, 29 de agosto de 2014

El inglés, la biblia y los aluches



El inglés que sabía mucho de  Biblias y de aluches

 A veces, en estos pueblos de montaña, nace algún niño moreno, pero con los ojos claros, azules, por efecto, según dicen, de un extraño gen heredado de ancestrales pobladores de estos valles.

Pero este no era el caso de aquellos a los que, aquí,  todos  hemos conocido siempre como “los biznietos del inglés”.

El ingles, como ya tengo contado en alguna otra ocasión (que es lo que tiene este oficio de ganarse el pan y los torreznos contando historias por las cocinas de los pueblos), vino hace ya doscientos años, desde sus tierras inglesas del condado de Norfolk, a vender  de casa en casa, por los pueblos de España, nada menos que  Biblias protestantes  (que se dice bien y pronto lo que es equivocarse de cuajo y por entero: vender Biblias a paisanos ignorantes que sabían leer con la misma soltura que sus mulas y adoctrinados por curas aguerridos, carlistas, trabucaires, capaces de haber mandado al inglés a los infiernos, como cosa de obligado cumplimiento, sin apenas dejar que soltara ni un resuello).

Éxito, la verdad, no sé si tuvo mucho, que no creo;  pero el andar por los caminos (si podían llamarse caminos aquellas trochas de una España montaraz e invertebrada) le permitió convivir con gitanos, bandoleros, campesinos y pastores, toreros, mendigos y taberneros, manolos y maleteros y conocer, de esta manera, estas tierras, sus paisanos y costumbres con la mirada siempre nueva con que mira el forastero y elaborar un retrato como pocas veces antes se había hecho.

Pero el caso es que la misión de la venta de los libros avanzaba lentamente y el pobre misionero comenzó a desfallecer,  sin recibir el consuelo (tal vez por ser inglés y protestante, por más inri) que la Virgen del Pilar le había prestado a algún otro misionero del pasado.  Pero la Providencia que, por lo visto, no ha tomado partido decidido por católicos o protestantes, hizo que, cuando se disponía a abandonar la misión por el lado de Portugal, se encontrara, en las dehesas extremeñas, con un grupo de pastores de estas tierras que había bajado con sus rebaños en busca de los pastos del invierno.

Allí se informó de que en estos valles de aquí arriba, por influjo de la abundancia de curas, dómines y frailes, eran muchos los paisanos que leían de corrido y que gustaban, incluso, de hacerlo por las noches, en voz alta, en las cocinas, en algo que llamaban “filandones”.

Decidió, entonces, como último recurso, acompañar a los pastores hasta esas tierras que decían atravesando, al romper la primavera, interminables campos de rastrojos y secanos, altas y frías parameras, monte bajo de urces y de escobas hasta que llegaron, por fin, con las lilas de mayo, a sus casas y a sus gentes en el valle de Prioro.
Y le cambió al inglés la cara y el talante.  No tanto por el verdor de aquel paisaje que le traía el recuerdo de su pueblo en Inglaterra.  Sino por una cierta proximidad en las costumbres, a pesar de la distancia.

Sobre todo en aquello que aquí llamaban “los aluches” y que se parecía tanto a las luchas de su condado o a las que él mismo, en otros tiempos,  había presenciado en Escocia y hasta en otra campaña misionera por Islandia.

Y le dio por pensar, tal vez como fruto del cansancio y la nostalgia, que aquello era mucho más que un puro juego o un deporte.  Que algo que se viene haciendo casi desde Adán, de Irlanda a Babilonia, de Islandia a las Canarias, no puede ser otra cosa que un rito ancestral que transmite los valores más fuertes y profundos para la estabilidad de los pueblos y comarcas.

Y se puso pesado al querer demostrar su teoría en la cantina: que no podía ser juego o lucha lo que se hacía por maña, que no por violencia; no por afirmación personal, sino por el honor del propio pueblo; no con ánimo de humillar al adversario, sino de superarlo limpiamente, reconociéndose mutuamente el valor y la nobleza (que, por eso, al final de la contienda, vencedores y vencidos alzaban al rival en un abrazo, dando vueltas).

Se puso pesado, la verdad, y nadie le escuchaba.

Pero él, erre que erre, decidió suspender, de momento, la venta de las Biblias y dedicarse por entero a la cruzada de elaborar un estudio minucioso, que remitiría a la Sociedad  Bíblica Inglesa. Argumentando que sería un instrumento de muchísima eficacia para conseguir más fácilmente la conversión de los papistas de estas tierras.

Le llevaría un tiempo la cosa, desde luego.  Así que escribió también una breve nota a su prometida Mary Lee, que le esperaba ansiosa para casarse en el otoño.  Le decía que la amaba tiernamente, que añoraba su sonrisa y su tarta de manzana y que “¡resiste, vida mía, un poco más, que nuestra gloria y la Gloria del Señor será mayor cuando esto acabe!”

Y así pasó los meses, acompañando a Dacio, “el Junco de Tejerina” por todos los corros de los pueblos.  Tomando notas y aprendiendo.

“El Junco” pisaba igual de fuerte en el corro y en el baile de la noche (que el gallo del corro no lo es menos con las mozas).  Pero que nadie crea que el inglés, en el lance de las mozas, se quedaba rezagado, que un forastero rubio y bien plantado, con un hablar un poco raro, como si fuera catalán, tiene mucho tirón entre las mozas que alimentan la vaga fantasía de cambiar de vida y de suerte en otra parte.

Y así fueron rodando las cosas, hasta que en la fiesta de Agosto de Prioro,  la moza mayor de Sidoro el del molino, aprovechando lo oscuro, después de algún tiento apresurado, sacó al inglés a vueltas y le dio dos enteras aplicando sabiamente el sobaquillo y la cadera en un aluche limpio, profesional y contundente.

Después de aquello, como es lógico, el inglés dejó olvidado para siempre en la panera el baúl con las Biblias protestantes, el informe inacabado de “el aluche como rito primigenio de identidad orgullosa con la tierra” y las promesas de boda que, en su día, le hiciera a la dulce Mary Lee en las tierras, cada día más lejanas,  de Inglaterra.






5 comentarios:

Francisco Flecha dijo...

Es "lo que viene a ser" mi contribución al libro colectivo "Al corro". Una ampliacón de las tribucacones de "Don Jorgito, el inglés" autor y protagonista del maravilloso libro de Gerge Borrow, "La Biblia en España" a quien he querido rendir tributo de admiración

gus dijo...

El otro día, un amigo americano que vive en La Matica, me descubrió el libro de un compatriota suyo viajero del mundo, de sus viajes por España en los años 50 y 60. Se titula "Iberia. Viajes y reflexiones sobre España" de James A. Michener. Lo he empezado y me parece fantástico. Fascinantes visiones de España de un ojo observador.

Anónimo dijo...

Amigo Flecha una vez más has dado en la diana. Da gusto leerte. Es un honor haber compartido contigo en alguna ocasión "éso" que le dijeron los pastores al inglés de los Filandones. Un abrazo y prepara alguno de pesca para Gradefes 2015, que, si Dios quiere - aquí sí somos creyentes...- allí estaremos. Un abrazo Leonardo de la Fuente.

Francisco Flecha dijo...

Es cierto que nunca se ve tan claro lo que somos como cuando lo vemos a través de la mirada de un extranjero. O cuando adoptamos nosotros esa posición. Po eso pienso que los nacionalistas de cualquier tipo no son patriotas, sino miopes

emejota dijo...

Gracias, un disfrute de lectura.