domingo, 31 de agosto de 2014

Educando a Tarzán



 



Adoctrinando

 Indudablemente, los tiempos están cambiando, como cantaba aquel hace ya tanto tiempo.  Y no sólo en la aldea de los hombres.  También aquí en la jungla, ¡quién lo habría de decir!  Que antes nadie ponía en duda la autoridad del maestro.  “Al maestro, dejadle obrar.  Aunque sea un burro”.  Era la máxima comúnmente aceptada y que venía repitiéndose como una cantinela.  Lo decía, incluso, padre, al amagar la menor queja.  Digo “la autoridad del maestro” y, tal vez, me equivoco.  Que bien pudiera ser que “la autoridad” fuera solo una, todopoderosa, invisible y ausente (como siempre) a la que todos los “agentes” servían de forma coordinada, sumisa y reverente.  Que venían a decir lo mismo el hechicero, el jefe de la tribu, el padre y el maestro  (o sea, si vas a ver, todos aquellos que tenían el monopolio del uso legítimo de la vara y la palmeta).

Pero los tiempos están cambiando.  Y, aunque “la autoridad” (todopoderosa, invisible y ausente, como siempre) sigue siendo la misma, hay veces en que los distintos agentes dicen cosas distintas.  Y aquí viene el problema. Que hay quien añora la unanimidad del pasado.  La unanimidad respaldada por la vara y la palmeta en la defensa  de unos valores únicos e iguales para todos, dictados desde arriba.

Y cuando alguien propone cualquier reflexión sobre aquellos valores que parecían indudables siempre hay alguien que le quiere acusar de adoctrinar.

Incluso en la jungla, ya te digo.  Que, últimamente, los monos tradicionalmente dominantes manifestaban un notable malestar con respecto a la práctica educativa de Chita con el grupo de cachorros cuya educación tenía encomendada.

¿Qué modas eran estas, comentaban indignados, de cambiar lo que siempre había sido para copiar aquella cosa ridícula y sectaria que hacían en la aldea de los hombres y que hablaba de  valores para la convivencia y la ciudadanía?  Pura y asquerosa inculcación ideológica de azorrados perdedores que buscan, sin duda, la revancha.

Cuando las cosas llegaron a los oídos de Chita, sin perder la paciencia, como era su costumbre, le dijo, sentenciosa, a su pupilo:

- Mira, Tarzán, hijo.  Tanta indignación, yo me imagino que no es porque teman que alguien pueda adoctrinar, sino por miedo a perder el monopolio.  Si alguna vez se dieran cuenta unos y otros de que la verdadera educación no está en la inculcación, sino en conseguir la autonomía moral y de criterio, otro gallo cantaría.

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