Adoctrinando
Indudablemente,
los tiempos están cambiando, como cantaba aquel hace ya tanto tiempo. Y no sólo en la aldea de los hombres. También aquí en la jungla, ¡quién lo habría
de decir! Que antes nadie ponía en duda
la autoridad del maestro. “Al maestro,
dejadle obrar. Aunque sea un
burro”. Era la máxima comúnmente
aceptada y que venía repitiéndose como una cantinela. Lo decía, incluso, padre, al amagar la menor
queja. Digo “la autoridad del maestro”
y, tal vez, me equivoco. Que bien
pudiera ser que “la autoridad” fuera solo una, todopoderosa, invisible y
ausente (como siempre) a la que todos los “agentes” servían de forma
coordinada, sumisa y reverente. Que
venían a decir lo mismo el hechicero, el jefe de la tribu, el padre y el
maestro (o sea, si vas a ver, todos
aquellos que tenían el monopolio del uso legítimo de la vara y la palmeta).
Pero los
tiempos están cambiando. Y, aunque “la
autoridad” (todopoderosa, invisible y ausente, como siempre) sigue siendo la
misma, hay veces en que los distintos agentes dicen cosas distintas. Y aquí viene el problema. Que hay quien añora
la unanimidad del pasado. La unanimidad
respaldada por la vara y la palmeta en la defensa de unos valores únicos e iguales para todos,
dictados desde arriba.
Y cuando
alguien propone cualquier reflexión sobre aquellos valores que parecían
indudables siempre hay alguien que le quiere acusar de adoctrinar.
Incluso
en la jungla, ya te digo. Que,
últimamente, los monos tradicionalmente dominantes manifestaban un notable
malestar con respecto a la práctica educativa de Chita con el grupo de
cachorros cuya educación tenía encomendada.
¿Qué
modas eran estas, comentaban indignados, de cambiar lo que siempre había sido
para copiar aquella cosa ridícula y sectaria que hacían en la aldea de los
hombres y que hablaba de valores para la
convivencia y la ciudadanía? Pura y
asquerosa inculcación ideológica de azorrados perdedores que buscan, sin duda,
la revancha.
Cuando
las cosas llegaron a los oídos de Chita, sin perder la paciencia, como era su
costumbre, le dijo, sentenciosa, a su pupilo:
- Mira,
Tarzán, hijo. Tanta indignación, yo me
imagino que no es porque teman que alguien pueda adoctrinar, sino por miedo a
perder el monopolio. Si alguna vez se dieran
cuenta unos y otros de que la verdadera educación no está en la inculcación,
sino en conseguir la autonomía moral y de criterio, otro gallo cantaría.
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