domingo, 3 de agosto de 2014

Educando a Tarzán






El pequeño mono pelón llevaba un tiempo cabizbajo y deprimido.

Tal vez fuera una simple cuestión de crecimiento. Que el cachorro humano parecía estar entrando en esa edad explosiva y delirante que llaman la adolescencia. Pero lo cierto es que algunas tardes, sobre todo cuando las tormentas tropicales obligaban a la manada a mantenerse en el refugio y la inacción, Tarzán se dejaba dominar por la melancolía al sentirse tan distinto.

Después de 15 años en la jungla seguía siendo el más torpe de los monos.

Es cierto que en la tierra, a ras de suelo, había conseguido superar a la manada en muchas habilidades manuales. Que nadando en las corrientes del Gran Río o en las aguas profundas del Lago del Poniente no tenía competidor entre ninguno de los bichos que poblaban las praderas. Pero, en cuestión de trepar, hasta los monos más pequeños se reían de él, encaramados en las ramas más altas de los árboles.

Chita observaba preocupada el creciente retraimiento del cachorro e incluso le oía sollozar algunas noches, cuando creía que nadie le escuchaba.

Y, por fin, se decidió a encarar el problema. Que no hay mejor cosa que encarar los problemas cuando empiezan. Así que, aprovechando una de esas competiciones interminables, consistentes en perseguirse unos a otros de rama en rama y de liana en liana por todo el territorio que controla la manada, con la excusa de tener que acercarse a la cascada, pidió a Tarzán que la acompañara y allí, tumbados en la hierba, donde el agua se remansa, le dijo, doctrinal, a su pupilo:

-Mira, Tarzán, hijo. No me preguntes cómo, pero, por lo que veo últimamente, has heredado alguna de las más arraigadas manías de los hombres: ese afán desmedido de compararse eternamente con el resto de los bichos, como si tuvieran la necesidad de sentirse distintos y superiores, como si ser uno más en el reino de los bichos les resultara insufrible.

Y no es esa la cuestión, que no somos tan distintos. Lo que pasa es que todos los bichos de la tierra han desarrollado aquellas habilidades que les han resultado más útiles para adaptarse al medio en el que viven, de modo que puedan ir tirando. No es cuestión de ser mejores o peores.

Así que, si me preguntas qué han desarrollado especialmente los humanos, te diré que, ya ves tú, son los únicos bichos capaces de contar historias, de narrar y de narrarse. La narración les ha hecho humanos. Que los demás solo emitimos señales.


Cosa envidiable, sí señor, pero, a veces, me pregunto ¿en qué tipo de mundo viven que les obliga a inventarlo y a inventarse para poder, así, sobrevivir?

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