El
pequeño mono pelón llevaba un tiempo cabizbajo y deprimido.
Tal
vez fuera una simple cuestión de crecimiento. Que el cachorro
humano parecía estar entrando en esa edad explosiva y delirante que
llaman la adolescencia. Pero lo cierto es que algunas tardes, sobre
todo cuando las tormentas tropicales obligaban a la manada a
mantenerse en el refugio y la inacción, Tarzán se dejaba dominar
por la melancolía al sentirse tan distinto.
Después
de 15 años en la jungla seguía siendo el más torpe de los monos.
Es
cierto que en la tierra, a ras de suelo, había conseguido superar a
la manada en muchas habilidades manuales. Que nadando en las
corrientes del Gran Río o en las aguas profundas del Lago del
Poniente no tenía competidor entre ninguno de los bichos que
poblaban las praderas. Pero, en cuestión de trepar, hasta los monos
más pequeños se reían de él, encaramados en las ramas más altas
de los árboles.
Chita
observaba preocupada el creciente retraimiento del cachorro e incluso
le oía sollozar algunas noches, cuando creía que nadie le
escuchaba.
Y,
por fin, se decidió a encarar el problema. Que no hay mejor cosa
que encarar los problemas cuando empiezan. Así que, aprovechando
una de esas competiciones interminables, consistentes en perseguirse
unos a otros de rama en rama y de liana en liana por todo el
territorio que controla la manada, con la excusa de tener que
acercarse a la cascada, pidió a Tarzán que la acompañara y allí,
tumbados en la hierba, donde el agua se remansa, le dijo, doctrinal,
a su pupilo:
-Mira,
Tarzán, hijo. No me preguntes cómo, pero, por lo que veo
últimamente, has heredado alguna de las más arraigadas manías de
los hombres: ese afán desmedido de compararse eternamente con el
resto de los bichos, como si tuvieran la necesidad de sentirse
distintos y superiores, como si ser uno más en el reino de los
bichos les resultara insufrible.
Y
no es esa la cuestión, que no somos tan distintos. Lo que pasa es
que todos los bichos de la tierra han desarrollado aquellas
habilidades que les han resultado más útiles para adaptarse al
medio en el que viven, de modo que puedan ir tirando. No es cuestión
de ser mejores o peores.
Así
que, si me preguntas qué han desarrollado especialmente los humanos,
te diré que, ya ves tú, son los únicos bichos capaces de contar
historias, de narrar y de narrarse. La narración les ha hecho
humanos. Que los demás solo emitimos señales.
Cosa
envidiable, sí señor, pero, a veces, me pregunto ¿en qué tipo de
mundo viven que les obliga a inventarlo y a inventarse para poder,
así, sobrevivir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario