miércoles, 2 de julio de 2014

Como un hombre





Estaba continuamente preocupada. Se le notaba a la legua que era madre primeriza por la angustia que ponía en cada gesto:

-¡Ay, por Dios, que el niño llora!; ¡Ay, por Dios, que no se duerme!; ¡Ay, por Dios, que no me mira!"

O sea, todo el día en una continua cantinela de "ay, por Dios".

Cuando vió que el niño no engordaba, la cantinela se volvió un sin vivir.

Bajó a la capital y cuando el médico le preguntó qué tal mamaba y si cogía bien el pecho, contestó sin pensarlo ni un momento:

-"Si, señor, si; como un hombre".

Y es que, en realidad, hay cosas en las que, al parecer, los hombres son maestros.

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